Por Jorge Aliaga Cacho
El pueblo se mece con el soplo del viento que llega con furia desde la playa y la orilla del mar para colisionar con el monte al final de la calle. Desde el hostal de los Cuya se pueden divisar las montañas agredidas por la ira del viento que pareciera querer desenterrar los tesoros que guardan las entrañas de los elevados. Encerrada por grandes cerros de arena y piedras se encuentra una playa inaccesible por planicies. La llaman la Honda. Es un antiguo camino trajinado por pescadores y recolectores de sal que extraen el mineral de las salitreras azotadas por el oleaje del mar de Chilca. Cerca existe otra playa más abierta y peligrosa, entre los límites de sus cerros; sus olas parecen castigar a los pecadores, al cura que abandonó la parroquia, a los huaqueros que profanan el pasado y el presente del pueblo. En esta playa el viento es más arisco.Los pescadores se protegen con sus gastadas bufandas que el viento zarandea con desmesurada furia.
Chilca está llena de leyendas. Estos relatos y cuentos son vertidos por sus famosos cuentistas aunque en Chilca todos siempre tienen algo extraordinario que contar. Dicen, por ejemplo, que la laguna está encantada y que durante las noches una hermosa mujer emerge de sus aguas para mostrar su cuerpo con desenfrenada lujuria. También cuentan que los hombres son irrefrenablemente atraídos por ella. Contaron que una noche encontraron muerto al Huapaya, su cara insatisfecha en el aire reflejaba la luz de la luna.
— ¿ Quién es esa mujer? — se preguntaban los pescadores.
— ¿ No vendrá a castigar a los hombres de Chilca? — se preguntaban nuevamente.
Todos los años mostraba su lascivia mortal!
— ¿ Quién será? —se repetían.
La luna llena alumbraba el arenal. La ninfa soltaba su cabellera negra como para acariciar su espalda y contorneada figura.
Los hombres se escond ían detrás de las higueras. Nato, el gordo, era el más asustado. Ella reía, Tomaba su cabellera y la ondulaba hacía arriba para formar un moño que lo desacía al tiempo de brindar una expresión de femme fatale. Los curiosos, miedosos, se acercaban para verla. Ella arqueaba el cuerpo y abría las piernas. Volvía a levantar la cabellera, aunque esta vez, para hacerla reposar sobre sus amenazantes senos. Hombres mirones sucumben. Hombres débiles son vencidos. Ella rie y posa las palmas de las mano sobre sus muslos. Otro mirón cede y se acerca tartamudeando a la fémina. Ahora Nato no puede controlarse. Sus ojos centellan y solo pueden ver los firmes muslos que la ninfa muestra a la luna. Ella sale a la orilla. Sus muslos son dos péndulos cuan gustosos aretes. Nato la acompaña. Tomados de la mano se adentran en la laguna. Ella lo besa. Se rie. Él entusiasmado. Ella vuelve a besarlo y lo sumerge en las oscuras profundidades de la muerte.
El pueblo se mece con el soplo del viento que llega con furia desde la playa y la orilla del mar para colisionar con el monte al final de la calle. Desde el hostal de los Cuya se pueden divisar las montañas agredidas por la ira del viento que pareciera querer desenterrar los tesoros que guardan las entrañas de los elevados. Encerrada por grandes cerros de arena y piedras se encuentra una playa inaccesible por planicies. La llaman la Honda. Es un antiguo camino trajinado por pescadores y recolectores de sal que extraen el mineral de las salitreras azotadas por el oleaje del mar de Chilca. Cerca existe otra playa más abierta y peligrosa, entre los límites de sus cerros; sus olas parecen castigar a los pecadores, al cura que abandonó la parroquia, a los huaqueros que profanan el pasado y el presente del pueblo. En esta playa el viento es más arisco.
Chilca está llena de leyendas. Estos relatos y cuentos son vertidos por sus famosos cuentistas aunque en Chilca todos siempre tienen algo extraordinario que contar. Dicen, por ejemplo, que la laguna está encantada y que durante las noches una hermosa mujer emerge de sus aguas para mostrar su cuerpo con desenfrenada lujuria. También cuentan que los hombres son irrefrenablemente atraídos por ella. Contaron que una noche encontraron muerto al Huapaya, su cara insatisfecha en el aire reflejaba la luz de la luna.
— ¿ Quién es esa mujer? — se preguntaban los pescadores.
— ¿ No vendrá a castigar a los hombres de Chilca? — se preguntaban nuevamente.
Todos los años mostraba su lascivia mortal!
— ¿ Quién será? —se repetían.
La luna llena alumbraba el arenal. La ninfa soltaba su cabellera negra como para acariciar su espalda y contorneada figura.
Los hombres se escond
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