Sociólogo - Escritor

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"La Casa de la Magdalena" (1977), "Essays of Resistance" (1991), "El destino de Norte América", de José Carlos Mariátegui. En narrativa ha escrito la novela "Secreto de desamor", Rentería Editores, Lima 2007, "Mufida, La angolesa", Altazor Editores, Lima, 2011; "Mujeres malas Mujeres buenas", (2013) vicio perfecto vicio perpetuo, poesía. Algunos ensayos, notas periodísticas y cuentos del autor aparecen en diversos medios virtuales.
Jorge Aliaga es peruano-escocés y vive entre el Perú y Escocia.
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13 de abril de 2023

El barrio de Maynor Freyre

Foto: La Victoria antigua

El barrio Magisterial de La Victoria
Mi primer barrio de Lima de mediados del siglo pasado

Por Maynor Freyre

I

El 2 de abril pasado acabo de cumplir 82 años de edad. Nací el año 1941 en el local de la Maternidad de Lima de los Barrios Altos como el quinto hermano, no soy el Benjamín, puesto que Carlos René apenas alcanzó a recibir el agua de la pila bautismal, diz para no quedar en el limbo, lugar destinado a los nacidos y muertos prematuramente. Yo no recuerdo siquiera a mi madre panzona, ventruda de su crío. A él nunca lo vi.
Lo más cercano que alcanza mi memoria es el barrio Magisterial del distrito de La Victoria, lo más lejano del este de la metrópoli donde habían construido unos chalecitos que daban a prolongación Cangallo. La primera casa de mis recuerdos signada con el número 460, queda aún entre las avenidas 28 de julio y la antigua avenida Bolívar, hoy Jaime Bausate y Mesa. No recuerdo el nombre de la calle anterior, a la espalda de mi casa ni nunca traté de averiguarlo. Sí que había dos pasajes, uno donde vivía mi primera profesora de primaria, María Luisa Castagnino, y el otro que daba la puerta falsa de mi casa.
Frente a la calle sin nombre había un pampón con una chocita al fondo en la que habitaban dos personas alcohólicas afroperuanas consumidoras de ron de quemar rebajado como licor y que solían trenzarse en rudas peleas en las que mujer, por ser más menuda, blandía un hacha.
La muchachada solía jugar al fútbol con una pelota de trapo en cualquiera de los pasajes, hasta que los dueños de las casas nos echaban, razón por la cual nos largábamos hacia la calle sin nombre por donde no pasaban los carros, hasta que aparecieron por esos lares los muchachitos del barrio maleado de Mendocita, hijos de los supuestos cafichos de los prostíbulos del jirón Huatica. Al principio se armaron algunas pequeñas broncas y hasta guerritas con hondas de jebe, hasta que empezamos a jugar partidos callejeros de barrio contra barrio.
En nuestras casas los profesores del barrio Magisterial, nuestros padres, se organizaron con silbatos y palos de escoba mochos atados con una soguilla y subían en mancha a los techos para enfrentar a los ladrones, pues por las noches dicen que venían desde Mendocita a robar en nuestras casas. Hasta que alguien se dio cuenta de que colocando cráneos de calaveras iluminados por una vela en la cabeza los posibles ladrones huían como si se les hubiera presentado el diablo en persona.
Los cráneos de las calaveras los recogíamos los muchachos de las chacras conducidas por arrendatarios chinos, que regaban sus sembríos por goteo, utilizando dos latas agujereadas en su base atadas aun palo que llevaban sobre sus hombros y se cubrían la cabeza con un sombrero de paja con forma de rombo. Se trataba de las tierras del fundo Cánepa donde terminaba Lima. Incursionábamos en las chacras subrepticiamente para robar futas de las arboledas que las rodeaban y a veces nos dábamos con algunos esqueletos. Dicen que los chinos enterraban a sus muertos casi a flor de tierra y es por eso que mucho h chiquillos terminaron por estudiar medicina en San Fernando.
Al construir nuestros chalets para familias de maestros escolares, instalaron también sistemas de desagüe que solían inundar las pistas y la palomillada aprovechaba para chapotear descalza sobre esas peligrosas aguas negras. Por suerte a nadie le dio la poliomielitis, la parálisis infantil, que dicen proviene de mojarse con los desbordes de los desagües.
Como no teníamos plata para comprar una pelota de cuero con pasador y pichina, y las pelotas de jefe se desinflaban al desprenderse el bote que las mantenía redonditas, nos volvimos unos artesanos en construir pelotas de trapo usando las grandes medias de algodón color carne que usaban nuestras madres –todavía no se habían popularizado las medias nailon--, las que rellenábamos con las medias viejas de nuestros padres y algunos trapos viejos bien envueltos. Solíamos coserlas con una aguja de arriero y redondearlas, porque huevas no servían ni daban bote.
Muchos aprendieron a nadar en una poza que quedaba adentrándose en las chacras, hasta que frente a nuestras casas se construyó el barrio Azul y a su lado el colegio de segundo grado Javier Prado – primera escuela donde empecé a cursar el 2° año de primaria-- que llegó a inaugurar el entonces presidente Manuel Prado Ugarteche, el que me acarició el mentón mientras mi madre me cargaba pues vino en un Cadillac descapotable. |Una de las grandes empresas de su familia, la Compañía de Seguros Popular y Porvenir, construyó el barrio El Porvenir cuyos edificios más grandes tenían ascensores y ahí nos íbamos a jugar, en esa especie de ternes verticales. Los artefactos desaparecieron cuando una de sus gruesas puertas aplastó a Hernán Chávez, uno de los chiquillos de mi barrio.
Por aquello tiempo se construyó el Mercado Mayorista de La Parada y se iniciaron las primeras invasiones de provincianos a los cerros, Me parece que el precursor fue el cerro San Cosme con sus chocitas de barro. Eso mejor lo leen en la novela de Augusto Higa titulada Final del porvenir.

Fuente: puro-tocuen.blogspot.com

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