Desde hace varios años he venido sosteniendo argumentos similares al de este brillante periodista, César Hildebrandt, de quien, alguna vez, diría que sería un digno candidato para conducir los destinos del país. Muy pocos escritores, artistas e intelectuales se sumaron a las querellas de nuestro pueblo. Demostré con notas dejadas por César Vallejo, Mariátegui, Rafael Alberti y tantos otros, que era necesario que los intelectuales, los artistas, los escritores hagan sentir sus voces proclamando su verdad. Pero no escucharon ni escuchan. Les dije que estaban enfermos de cacosmia, y nada. Les dije que eran unos 'mudos' y nada. Les escribí un poema: "El escritor", para despertarlos, y nada.
Hoy, leo la nota de Hildebrandt y me alivia saber que una mente brillante como la de él, contenga los mismos planteamientos que he venido haciendo, desde hace mucho tiempo, en mi espacio de internet y otros. Ojala escritores e intelectuales de la talla de Hildebrandt se sigan sumando al clamor de la inteligencia para beneficio de todos los peruanos. Jorge Aliaga Cacho.
Por César Hildebrandt
¿Qué hacen los intelectuales en el Perú?
¿Dónde están sus voces, sus iras, sus ensayos sobre este país, el nuestro, capturado por las mafias. No se sabe. Ellos hablan de lo suyo.
Algunos son guardaespaldas y parásitos de Vargas Llosa y por eso creen tener estatuto de intocables.
Otros defendieron los plagios de Bryce y se sienten dueños de la pos verdad.
Los más se han metido en sus nichos, sus becas yanquis, sus paraguas, los sombreros variados de la sombrerería. Otros desfilan como monjas de clausura en las universidades.
Pero ninguno se pronuncia sobre esta tormenta que se ensaña con los más pobres.
Me refiero a la corrupción generalizada, a la pudrición de nuestras instituciones.
Cuando fui niño y adolescente abría un libro y allí estaba Washington Delgado con su espléndido desasosiego. Y estaban Alberto Hidalgo o Luis Nieto. Y frente a un Xavier Abril o un Martín Adán, con los que volabas por esos parajes donde las palabras arden y se esfuman, estaba Manuel Scorza que nos contaba sobre rostros vacíos, hombres de mirada prematuramente cana y balnearios de hueso, chúpate esa.
Y si eso no te satisfacía, pues allí estaba Mariátegui, para explicarte algunas cosas plenamente vigentes. Y estaban Sebastián Salazar Bondy o Enrique Solari Swayne para decirte que este país había que arreglarlo. Y si nada de eso te placía, les echabas mano a los patriarcas, desde Gonzáles Prada hasta Julio Cotler. Para no hablar de Vallejo, claro, o de nuestros remotos consuelos: Hesse, Sartre, Camus, Tolstoi, Solzhenitzyn, Dos Passos, todos los infelices que querían que supiéramos cuan idiotas debían ser los que andaban reconciliados con el mundo. Lo que quiero decir es que había una trama de la inteligencia y del espíritu que sostenía la esperanza. Y el sostén de la esperanza es la rebeldía.
Hoy todo eso parece roto, viejo, arqueológico. Los artistas se han dedicado a sobrevivir, los escritores se mueren por complacer a ese gran mundo que los quiere recibir castrados y pasteurizados, los sociólogos buscan maestrías y los filósofos languidecen en la enseñanza.
El Perú es un país de viudas y de huérfanos. La derecha ha tenido un éxito clamoroso en desacreditar el descontento y en inculcarles a los jóvenes que la historia ha terminado con este aborto de liberalismo dinerario. Fukuyama triunfó entre nosotros. El país de Beltrán, el hombre de los mil agros al decir de Romualdo, es aquel con el que soñaron Chirinos Soto y Salazar Larraín en los 50.
¿Y dónde están nuestros intelectuales?. ¿En qué torre se callan, desde qué azotea de suicidas nos miran como si con ellos no fuera la cosa?.
Julien Benda habló de la traición de los intelectuales que permanecieron distantes de lo que él consideraba ámbito intrínseco de su actividad: la trascendencia, los valores, los fueron de la cultura y el espíritu. Los nuestros no es que hayan traicionado su papel de “clérigos” –ese fue el término lato que empleó Benda- entregándose a la política y a la banalidad de sus revueltas. Los nuestros han construido castillos de lego, egoísmos ínfimos, avideces de pasado mañana. Y todo para que la cultura oficial los tome en cuenta, para que las fundaciones frívolas los inviten. Para que el poder, en suma, no frunza el ceño.
¿Dónde están los que deberían estar dándonos lecciones de coraje y compromiso frente a una situación que es de las peores en la esperpéntica historia de nuestra república’. Están en lo suyo, repantigados en el comentario indulgente, esperando una llamada, fingiendo independencia o encontrándole coartadas al asco.
En “Los tiempos modernos” Sartre, el inolvidable, escribió esto: “todos los escritores de origen burgués han conocido la tentación de la irresponsabilidad; desde hace un siglo, esta tentación constituye una tradición en la carrera de las letras. El autor establece rara vez una relación entre sus obras y el pago en numerario que por estas recibe. Por un lado, escribe, canta, suspira; por el otro, le dan dinero”.
Bueno de eso se trata.
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*(MATICES César Hildebrandt) Tomado de “Hildebrandt en sus trece” del 7 de setiembre del 2018.
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