De Michaealgelo Barnez
PARA LUCRECIA… A GOTHIC GIRL Cuando Lucrecia me dijo que me había escogido para su “First Time” me vi sorprendido por tal designación, entonces pensé: “Holly shit, ahora sí se viene el Armagedón”, a pesar de que ya había tenido tal experiencia hacía muchos años atrás, relacionándolo con mi debut amatorio. Así que, haciéndole caso, me dejé llevar por su iniciativa y tomé su delicada mano enfundada en un fino guante de seda negra, con encajes transparentes, que sólo dejaban ver las puntas de sus dedos. “¡Dios mío, estás hirviendo!” pensé al tocarla cuando nos encontramos, entonces decidí soltar las dos estacas que llevaba en la otra mano; una era de madera y la otra de plata. ¿Por qué llevaba esas estacas conmigo? Por si acaso; entre dudas las había agarrado cuando escuché su invitación. No vaya a ser que Lucrecia, en sus escasos 20 años, aprovechando el anonimato virtual del contacto “Chat”, fuera uno de esos bichos, no tan raros, que siendo “hombre” chupan sangre y algo más, y se ponen nombre de mujer. Para eso eran las estacas, llegado el caso: la de madera para clavársela en el corazón de vampiro, y si no moría, la de plata, para atrás, en el centro de su identidad, para que el “Chupa Cabro” se vaya feliz al infierno después de todo. “¡Es una dama!” me dije al ver su fino rostro, tratando de verla bien a través de los velos oscuros que cubrían su delicada figura, casi dejando caer las estacas, pero súbitamente cambié de parecer y las retuve conmigo. Lucrecia me llevó de la mano entre penumbras, trenes y vagones abandonados en una lúgubre Estación. Iluminados únicamente por la inmensa y resplandeciente cara de la luna llena, salpicada de cráteres como sobreviviente de una atroz viruela, mientras me hablaba en tono de queja acerca de un amante que le quitaba el sueño, además de sus pantis. No sé para qué me lo describió, como si me importara. Y de allí deduje que se parecía a mí, pero de tiempos cuando yo era muy joven. Me sentí algo desilusionado de no ser yo el protagonista principal. “¿Entonces, qué demonios hago aquí?” me pregunté en silencio. Y desde las escondidas profundidades de mi mente salió la respuesta: “Ajá… Quieres que fisgonee cuando haces el amor”, dejando expuesta mi reprimida compulsión voyeur. Quise preguntarle algo, pero no me dejó. “Sólo escúchame, eso no te hace mi cómplice, ¿Oh sí?” me dijo como una orden, pero prometiéndome mucho más con la mirada. Yo seguí a su lado, acompañándole en silencio, casi en contra de mi voluntad, pensando que en cualquier instante Lucrecia voltearía hacía mí y me cortaría el cuello, las manos o los cojones, tal como me había contado que había hecho con sus otros amantes; aunque también pensaba que ella, como la viuda negra, iba a hacerle algo muy malo a quien íbamos a ver. Yo estaba aterrorizado, pero la compulsiva, libidinosa e irrefrenable curiosidad de verla fornicando con su amante me hacía seguir adelante, sin importarme lo demás. Hasta que el silbato de un tren anunció su paso. Nos paramos al lado de la vía férrea y ella fijó su mirada en el tren que venía echando humo y vapores. Fue sólo un instante, como un relámpago, en que vimos al maquinista del tren asomado por la ventana; era el joven rostro sonriente descrito que yo creí reconocer, cuando el tren pasó delante de nosotros. “Bang, bang” resonó en mis oídos y vi un arma brillar en la mano enfundada en guante negro de encajes de Lucrecia, apuntando al maquinista de la ruidosa y humeante mole de acero. Las estacas cayeron de mi mano y me alejé conduciendo el tren, mientras veía a Lucrecia abrazada de su joven amante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario