Por Patricia Rojas
Contaba mi abuela, que por aquel entonces, cuando ella era una niña, había cerca de su casa, en ese pueblo pequeño donde ella vivía, un hombre que tocaba el violín de una manera tan extraordinaria que hasta lo escuchaba el más simple de los mortales. Escuchábamos atentos el relato y mientras mi abuela se acomodaba en su sillón de mimbre que se hamacaba, miraba yo a esa viejecita con sus ojos tan ardientes, y tan vivaces, y el agotador esfuerzo que hacía para mantener a los niños quietos a su lado. Pero un día apareció un forastero llamado Ezequiel que había oído hablar de Zavala y había jurado que el día que lo hiciera, él quería verlo. En el pueblo todos decían que cuando Zavala tocaba nadie se movía de los lugares donde se encontraban. Decía, que por aquel entonces, que cuando Zavala tocaba el violín, todo el pueblo lo llamaba así, lo podían escuchar y todos absortos quedaban en silencio hasta terminar la última nota. Ezequiel se preguntó. ¿Sera para tanto? ¡No!.dijo, tengo que verlo. Ezequiel, entonces, se encaminó hacia la casa de Zavala guiado por la música y mientras más se acercaba más nítida era su melodía. Habían pasado unos días y era jueves por la noche y, a la misma hora de siempre, empezaron a sentirse los acordes del violín de Zavala, pero había algo que a Ezequiel le llamaba la atención. Era que todo el pueblo entraba como en una suerte de letargo y, todos por escuchar el violín, perdían la noción del tiempo. Ya en frente de su ventana, vio con sorpresa que Zavala tocaba de una manera tan extraordinaria que pensó que no podía ser real. Ezequiel se fue hacia la otra ventana y su sorpresa, fue tan grande, de lo que vio, que se quedó pasmado en medio de la noche estrellada de verano que iluminaba, una luna tan blanca como su cara, esa que miraba al mismo diablo hablar con Zavala, y mirándolo, sin perder de vista un solo movimiento. Y así pasaron varias semanas y Ezequiel se había convertido en un espectador oculto de los acordes de Zavala. Una noche de jueves cuando el empezaba los preparativos para su ceremonia vio que Zavala hablaba con a Había logrado entender que Zavala había pactado con él para poder llegar a tocar las más hermosas notas y siempre al otro día aprecia alguien muerto. Zavala salió afuera como todas sus mañanas y ¡qué sorpresa se llevó!, al ver a Ezequiel mirando por su ventana, había perdido la memoria, su curiosidad fue tan fuerte que lo dejo sumido en esa oscuridad. Eso sucedía los últimos jueves, por la noche, de cada mes. Los ojos de Ezequiel se transformaron en dos luceros para no perder ningún detalle de lo acontecido y poder llegar al pueblo y contarle a la gente cual era el secreto de Zavala, pero ahí quedó prendado de aquella música tan especial que hasta los perros se callaban. El día se fue acercando y Zavala ya había dejado de tocar y Ezequiel seguía mirando por esa ventana sin la más leve de las muecas. Aquel último jueves de mes fue distinto porque no había aparecido ningún muerto en el pueblo, y Zavala se hizo cargo de atender a Ezequiel por el resto de su vida, y se convirtió en su más fiel servidor, y cada vez que él toca se lo escucha a Ezequiel gritar desesperadamente tapándose lo oídos. Y al fin y al cabo nadie logró dar a conocer que había algo de raro en la casa de Zavala.
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