En momentos en que vivimos un proceso electoral me parece contraproducente hacer públicas las contradicciones que existen en el campo popular. Ese ha sido mi punto de vista. Sin embargo, dado el valor de la nota de Rendón Vásquez, para comprender las causas del debacle electoral que vivimos en la izquierda peruana, pasamos a publicarla. Las dirigencias de izqierda, es cierto, no han sabido construir la unidad, pues ahora toca construirla desde las propias bases. Con esa explicación incluyo la presente nota, comprendiendo que los lectores sabrán definir su justo accionar apoyando a una organización política del campo popular en la justa electoral que tenemos al frente.
Por Jorge Rendón Vásquez
El proceso electoral ingresa en la recta final y algunos competidores ya se despuntan. Pero los candidatos de la llamada izquierda se van quedando a la zaga.
En las democracias burguesas los factores del resultado de la competencia electoral son en términos promedio: el apoyo del poder mediático hasta un 50%; el dinero empleado en propaganda, hasta un 30%; la organización del grupo político patrocinante, hasta un 10%; el programa de gobierno, hasta un 10%; y el carisma de los candidatos, hasta un 10%. En síntesis, es el dinero el que compite por el voto de ciudadanos convocados para decidir en estas subastas por el poder político.
La eficacia de la propaganda en los periódicos y en la TV se mide en centímetros por columna y en segundos, respectivamente. Incluso, si un periódico ataca o crítica sin pruebas convincentes a algún candidato le brinda propaganda de un efecto proporcional al espacio que le dedique, una manera de llenar sus páginas que puede estar comanditada por alguien con interés en relevar a los candidatos atacados.
Los candidatos de la izquierda están excluídos de los espacios informativos y publicitarios del poder mediático, sus recursos monetarios son ínfimos en relación a los que disponen o reciben los candidatos de la derecha, sus organizaciones partidarias son endebles, sus programas deleznables y no atrayentes para las mayorías sociales, y su carisma modesto. Además, la animadversión entre los varios grupos y personajes de estos conglomerados es tan agresiva como disolvente. Obsesionados por su caudillismo, rivalidad y desconfianza mutua rechazaron la unión, pese a que sus raquíticos programas no eran muy diferentes, ni tenían por que serlo. Unidos habrían tenido más posibilidades. Pero eso era como pedirles naranjas a los molles. Por lo tanto, la suerte está echada para ellos en este proceso electoral.
Entre los grupos de izquierda se descubre los vestigios del Partido Comunista de antaño. Este partido se dividió a comienzos de la década del sesenta entre un grupo adepto al partido comunista de la Unión Soviética y otro al partido comunista de la República Popular China. Nada tenían que ver con el Perú los problemas de estos, ni sus motivaciones. La Unión Soviética se disolvió en 1991 y el Partido Comunista “moscovita” del Perú se precipitó a tierra en tirabuzón. El partido comunista de China optó por el capitalismo, y el partido “pekinés” del Perú también se vino abajo.
Ni uno ni otro pudieron elaborar un programa aparente para nuestro país y sus clases explotadas, ni nunca lograron para estas alguna medida legal que las favoreciera. Al contrario, desde comienzos de la década anterior se empecinaron en sacarle a los grupos parlamentarios de derecha la aprobación de un proyecto de Ley General del Trabajo que convalidaba el descomunal despojo de los derechos sociales que los trabajadores ya tenían, llevado a cabo por los empresarios bajo los gobiernos de Fujimori, Toledo y García. Sin embargo, de cuando en cuando, sus dirigentes y militantes hablaban de socialismo como de un remoto país de fantasía al cual, por supuesto, ignoraban cómo habrían de llegar, ni les importaba hacerlo. Marcados por su herrumbrada formación estalinista y su estirpe de caudillos, han continuado reproduciendo la visión de la sociedad y del mundo, con sus preferencias y fobias, y el estilo intrigante de los partidos mayores de los que eran tributarios.
Fue un desperdicio humano y social que muchos trabajadores, intelectuales y estudiantes advirtieron, optando por apartarse de ellos.
A comienzos de la década del ochenta ambos partidos se dejaron engullir por la noción de izquierda y fueron perdiendo su identidad. Los “verdaderos” izquierdistas eran los otros, los grupos de la pequeña burguesía ilustrada de formación cristiana que los miraban mal y nunca dejaron de ponerlos en cuarentena, —la misma actitud de la derecha—, a los que tenían que rogar para que los admitieran, aunque sea en la puerta.
Muchos de sus militantes prefirieron retirarse o los despidieron cuando formularon ciertas preguntas. Algunos expresan aún su nostalgia admonitoria o, como consuelo, su admiración acrítica de otros grupos políticos de América Latina que supieron llegar al poder.
No se puede cosechar lo que no se ha sembrado.
No se puede disfrutar de la camaradería, la solidaridad, la confianza y la amistad dentro de un grupo si no se educa a sus miembros en la comprensión y la práctica de estos valores. No se puede ser marxista si no se comprende las enseñanzas fundamentales de Carlos Marx y, menos aún, si se es incapaz de reconocerlas en la evolución social.
En una de sus novelas fantásticas, Isaac Asimov relató la refundación de un pueblo en un planeta lejano. En cierta forma es una transposición de la estrategia de Moisés cuando llevó tras de sí al pueblo de Israel que había liberado de Egipto y lo hizo marchar cuarenta años por el desierto hasta que llegó a la madurez una nueva generación de jóvenes fuertes y limpios de alma quienes conquistaron la tierra prometida. Es también el punto de vista de Manuel González Prada.
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