Por Jorge Aliaga Cacho
Tenía dieciocho años cuando salió de Edimburgo. Iría a luchar como voluntario en la Guerra
Civil Española. La gente se preguntaba
cómo un joven de su edad, con toda una vida por delante, podría llegar a la
determinación de ir a un país lejano, donde podía perder la vida peleando con
la muerte. Tommy, que así se llamaba el
joven, al igual que miles de jóvenes británicos, pensaba que el fascismo, de no
ser confrontado, de inmediato, en España, seguiría su marcha macabra a otras ciudades
del mundo y, seguros estaban, que sus atrocidades llegarían, a Londres, Glasgow
o Edimburgo. Tommy vivía en un barrio de
pescadores que tenía un pintoresco puerto.
En ese lugar se comía pescado frito acompañado de cebollas enanas y
papas fritas. Los jóvenes esperaban al sábado que era cuando podían ir al
estadio. Con suerte verían ganar al
Hibbs y, para combatir el frío, sorberían
su caldito de carne de res Algunos
jugarían al golf en el Leith Links. Nadie se explicaba porque esos jóvenes
querrían agenciarse un casco militar, un fusil, algunas municiones, e irse a
pelear contra las hordas fascistas que sembraban la muerte en España..
Tommy, David y Alistair
llegaron a Madrid donde recibieron instrucción militar. Juntos también partieron
de allí a Jarama donde fueron capturados en combate un 17 de febrero. Entre los prisioneros, lo averiguaron después,
se encontraba un irlandés a quien habían ascendido a comandante por su valentía
y arrojo en el combate. Se llamaba Stuart y lo encontraron desangrando a las
orillas del río Jarama, producto de los impactos de bala. Los cuatro jóvenes fueron
sentenciados a muerte. Cada mañana eran sacados al patio de la prisión para ser
fusilados ese mismo día, al menos eso les decían. Luego les colgaban, alrededor
del cuello un cartón numerado. Solo jugarían los números pares. Los impares participarían nuevamente en el
sorteo del día siguiente. Cargaban los tambores de la pistola con una, dos o
tres balas. ‘Jugarían’ a la ruleta rusa. Los
sobrevivientes volverían al juego, dos o tres días después. El número de días
de descanso era designado por el número de balas insertadas en el tambor del revolver.
Los presos serían
puestos en línea, arrecostados contra un muro blanquizco donde esperaban el
resultado del azar. Cuando terminaba el juego, los sobrevivientes enterraban a
sus muertos, luego de haber sido encañonados y procurados con un plomo por la
boca.
Todos los días los captores les anunciaban la muerte:
‘hoy día van a morir’, los asustarían sádicamente. Pero el destino quiso que a los
jóvenes, de ésta historia, la suerte acompañara más tiempo. Hasta que llegó un día en que fueron canjeados
por prisioneros franquistas. ¡Se habían salvado! Un día, el periódico británico
The Daily Mail, publicó en primera plana una instantánea que los mostraba en
cuclillas sobre la plataforma de un camión militar. ‘Si regresan a España los
fusilan’: en letras grandes, los titulares, amenazantes. Cuando llegaron a Edimburgo a Stuart
le amputaron una pierna. El valeroso
brigadista lloró, pero no por la pérdida de su extremidad sino, por la impotencia
que sentía de no poder regresar a luchar contra el fascismo. Ésta tragedia no
amedrantó a sus compañeros que al poco tiempo, alistaron sus valijas y
regresaron al frente de guerra. A la semana de haber llegado a España, David y Alistair fueron
acribillados en batalla y tomados prisioneros. Tommy también fue emboscado pero
logró huir con una herida de bala en la mano.
En Escocia se
preguntaban ¿Qué habría animado el regreso de estos jóvenes después de haber
salvado sus vidas? Moira, hermana de Tommy, recordaba que, al llegar a
Edimburgo, Tommy había participado en una reunión en la que pedía se enrolasen
en las brigadas internacionales. Los
arengó diciéndoles: ‘Si todos los jóvenes que hoy me escuchan hubieran visto lo
que yo he visto en España, estoy seguro que no vacilarían un instante y se
unirían a la lucha antifascista’. Tommy les
había anunciado su pensamiento político que llamaba a la acción en lugar de usar la
retórica. En dicha reunión, en el
Community Centre de Newhaven, Tommy había dicho que Hittler había enviado
16,000 hombres para combatir a la república y, que por si esto fuera poco, 30
compañías anti tanques. También informó que Mussolini había enviado 50,000
hombres y 763 aviones. Tommy pedía a la audiencia a que se enrolara a la causa
republicana. ‘¡No pasarán! Les dijo: ‘No los dejaremos pasar’. Continuó: ‘que
en esos momentos estaban muriendo muchos defensores de la democracia’. Denunció
que habían viajado 20,000 mercenarios portugueses y 600 mercenarios irlandeses.
Ese día, varios jóvenes, incluyendo un grupo de enfermeras, se habían enrolado
ya como brigadistas. También lo había hecho su hermana, Moira, que era
enfermera. El día que amaneció frío se
había entibiado con el corazón de esos jóvenes voluntarios.
Otros muchachos habían
dejado sus ciudades para ir a defender a la república: 10,000 franceses, 5,000
entre alemanes y austriacos, 3,350 italianos, 2,800 estadounidenses, 2,000
británicos, 2,000 rusos, 1,000 canadienses.
Tommy había conocido a un poeta peruano que activaba en el Socorro Rojo
y ayudaba a los voluntarios a pasar la frontera. Hacía labores de prensa. Se habían
saludado en francés. Juntos habían cruzado la frontera y participaron en el frente
de Madrid. El poeta, un comunista, reía al ver llegar a los
jóvenes voluntarios a un punto previamente determinado de la frontera. Su cabellera era negra,
lacia y brillante.
Muchos jóvenes no volvieron cuando terminó la guerra. Solo Tommy y su hermana regresaron a Escocia para
contar la historia. Allí, Tommy dijo: ‘Los escoceses debemos enorgullecernos de
haber contribuido a la defensa de la democracia’. Continuó: ‘Los escoceses a pesar de conformar
solo el 10% de la población del Reino Unido, eramos el 23% de combatientes del contingente
británico’. Siguió: ‘Que lo sepan todos’,
dijo con lágrimas en los ojos al recordar a sus camaradas caídos. De los 2,000 británicos habían
perdido la vida 500. 1,200 brigadistas habían regresado heridos. En el
esplendor de la noche Tommy esgrimió su grito: ¡Viva la república! El puerto y
sus pequeñas embarcaciones, ese día de invierno, lucían engalanadas.
Los años siguientes Tommy fue miembro del Trades Council.
Organizaba un evento anual de homenaje a los brigadistas caídos. Pasaron las guerras mundiales. Pasaron muchos años hasta que un día de octubre de 1965, Moira anunció llorando que Tommy, su hermano, de 45 años de edad, había
muerto. Decía que Tommy había sido
encontrado, al borde de una quebrada, sonriendo, llevaba heridas mortales por
todo el cuerpo. El cable daba cuenta que Tommy había viajado al Perú para
conocer la tierra del poeta peruano que había conocido cuando cruzó la frontera de Francia para dirigirse a luchar al frente de Madrid.
Un hombre flaco, blanco y alto, le dijo que el poeta
que había conocido, en el frente había muerto en Paris. Tommy entristecido alista maletas y viaja a Santiago de Chuco, lugar de nacimiento del poeta que habia conocido en la frontera de España con Francia y que llevaba como nombre Cesar Vallejo. Al regresar a Lima, Tommy nuevamente encuentra a ese hombre flaco y alto que usaba
lentes gruesos. Se llamaba Luis de La Puente. Tommy le oyó dar un discurso en la Plaza San Martín de Lima. Entendió
que el hombre llamaba a la lucha armada para acabar con las injusticias que
sufría el campesinado peruano. Tommy se unió a la guerrilla y viajó al Cusco. Habíase enrolado al lado de lo más noble de la juventud peruana que lucharían comandados por Luis de La Puente. A
los pocos días de La Puente, Tommy, y otros jóvenes peruanos, cayeron muertos en una emboscada, en un lugar conocido como Mesa Pelada, cerca al Valle de La
Convención. Por allí dicen que hay una tumba, sin cruz y sin nombre, esa es la tumba de Tommy, el joven de Edimburgo que se inmoló por la causa rebelde.