Sociólogo - Escritor

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"La Casa de la Magdalena" (1977), "Essays of Resistance" (1991), "El destino de Norte América", de José Carlos Mariátegui. En narrativa ha escrito la novela "Secreto de desamor", Rentería Editores, Lima 2007, "Mufida, La angolesa", Altazor Editores, Lima, 2011; "Mujeres malas Mujeres buenas", (2013) vicio perfecto vicio perpetuo, poesía. Algunos ensayos, notas periodísticas y cuentos del autor aparecen en diversos medios virtuales.
Jorge Aliaga es peruano-escocés y vive entre el Perú y Escocia.
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http://www.jorgealiagacacho.com/

9 de febrero de 2023

Opinión: Jimena Ledgard

Jimena Ledgard

Por Jimena Ledgard

Como muchas limeñas de clase media (o acomodada), crecí en un entorno en el que el nombre de Velasco desataba gritos histéricos y casi casi invocaciones a exorcizar la habitación donde su nombre fuese mencionado. Es un poco raro decirlo, pero conozco a varias de las personas que buscan hoy el pago de los bonos agrarios, así que se entiende que crecí en un mundo en el que no había nada que hablar sobre la reforma agraria, nada que complejizar y definitivamente nada que preguntar.
Durante por lo menos un par de décadas, esa fue toda mi relación con la reforma y con Velasco. Mi interés por entender ese momento de nuestra historia y por comprender mejor su significado, tanto a nivel nacional como en el contexto internacional de aquellos años, comenzó cuando vi por primera vez los afiches de Jesús Ruiz Durand y creció cuando comencé a leer más sobre los líderes de las tomas de tierras, sobre las condiciones de los trabajadores rurales, sobre cómo era la vida de aquellos que nunca escriben la historia, sino que la hacen de forma anónima con su sudor, sus manos, sus músculos destrozados, sus vidas perdidas como carne de cañón y mano de obra barata.
En fin. Nuestras opiniones sobre la reforma agraria pueden disentir y eso no está mal. El problema, claro, es que eso no es lo que sucede en Perú. ¿Cuánto discutimos aquí sobre las condiciones de vida de los trabajadores agrícolas pre reforma?, ¿cuánto sabemos sobre sus historias?, ¿cuánto hemos estudiado los procesos de reforma agraria en el resto del continente? Para la mayoría, la respuesta es evidente: nada. Así como hemos cubierto cualquier discusión o punto de vista disidente sobre el conflicto armado interno, sobre las políticas de reconciliación, sobre la reinserción de los condenados por terrorismo que pronto serán liberados con histeria, gritos, acusaciones y motes de "terruco", como país nos hemos rehusado completamente a mirar la reforma agraria desde una mirada menos hegemónica y más compasiva.
Hoy, que se celebra (o recuerda sin celebración, dependiendo de dónde se ubique cada uno) el aniversario del golpe de Estado de Velasco Alvarado, no puedo evitar pensar que nuestras élites tienen demasiado trabajo por hacer. La reforma puede haber sido un desastre en más de un aspecto y uno puede pensar lo que quiera de ella, de sus consecuencias y de cómo se implementó, pero decir que fue "lo peor que le pasó al Perú" es una vergüenza sin nombre. El Perú no es una abstracción: el Perú era, en aquel entonces, los millones de hombres y mujeres que vivían en condiciones infrahumanas hasta la reforma. Que eso sucediera en pleno sigo XX, esa es la tragedia del Perú. Lo mínimo que podemos hacer es comenzar a comprender nuestra historia desde esa óptica y por lo menos aceptar que si hubiésemos sido nosotros los que cargaban en hombros a otros para que no se les ensuciaran los zapatos con barro o los que dormíamos en el piso afuera del cuarto del patrón para estar disponibles a toda hora, no nos atreveríamos a decir una barbaridad como esa. Si no podemos hacer aunque sea eso, me queda muy claro que seguimos siendo un país en el que el color de tu piel, tu acento y tu lugar de nacimiento determina todavía la dignidad que otros te atribuyen y el valor que dan a tu vida. Y eso, también para la derecha, debería ser una vergüenza.

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