Por Jorge Aliaga Cacho
Durante mucho tiempo el flamenco fue considerado como una expresión artística misteriosa. Sus orígenes, aunque discutido, nos remontan a la India del primer milenio pues, para llegar a su forma andaluza de hoy, han debido de pasar varios siglos recibiendo influencias de diversos lugares y tiempos pero también sufriendo persecusión o protagonismo en diferentes periodos. La época del franquismo tampoco ayudó a descubrir su expresión de sustancia y totalidad. En realidad, lo poco que se mostró era lo que podian consumir los turistas que llegaran a las playas de España. Sin embargo, en los últimos años, se ha difundido con mayor rigor la magia que encierra esta apasionada expresión artística andaluza que, con aportes de Extremadura y Murcia, ha contribuido al desarrollo de su musicalidad, romance y color. Hubieron también aportes de la interacción andaluz, islámico y sefardí, con las culturas gitanas que existían en Andalucía antes y después de la Reconquista. Influencias americanas, y especialmente la cubana, son hoy integrantes del flamenco. Ya en nuestra época moderna el flamenco ha recibido aportes y censuras a lo largo del periódo. En 1922, Federico García Lorca y el compositor Manuel de Falla, organizaron un Concurso de Cante Jondo, un festival musical para incentivar el flamenco. Luego vendría el rechazo de Franco y, seguidamente, una recuperación en la década de los años ochenta. El tercer milenio nos ofrece grandes oportunidades para disfrutar de la cultura flamenca que, en mi opinión, es un ejemplo de la unidad cultural de los pueblos, pueblos que se unen para defender sus valores. El flamenco, lo gitano, son expresiones que a mi entender se oponen a una cultura globalizante, y cantan sus sentires sin caer en el chauvinismo, por un lado, ni en la masificación cultural que desea acallar nuestras manifestaciones artísticas, por el otro. El flamenco, de esta forma, nos muestra una manera milenaria de resistir que, a su paso, ha ido enriqueciéndose con los aportes de otras culturas. En este último siglo, por ejemplo, le hemos visto abrazar al cajón peruano. A mi entender esta es la tendencia que debieran seguir los pueblos. A la propuesta cultural de masificación debemos responderles con la cultura de la comunicación y entendimiento entre los pueblos. Si pasan por Madrid, en el corazón mismo de la ciudad, existe un tablao administrado por Marina De Pablos, una cultivada dama, apasionada por el flamenco y la literatura latinoamericana. Marina vive en el afán de recuperar el flamenco antiguo, "el que se cantaba y se bailaba en los sotanos de ladrillos abovedados, a principios del siglo XX". Una noche en ese lugar de ensueño, vi la actuación de los integrantes de "Essential Flamenco". Siete artistas en escena en un pequeño y acogedor lugar que reúne los requisitos del pasado. Un espectáculo de una hora de duración que, en cuyo precio, incluye una copa de sangría. La entrada cuesta 25 Euros, precio más que justo para disfrutar de un espectáculo de los Dioses. Empieza en un escenario oscuro donde la guitarra invita al cantaor que, a su vez, llama al cajón peruano quien urge a los bailaores. Fue tanto mi entusiasmo que descuidé mi copa de sangría que aterrizó en el piso, haciendo ruido de platillos y provocando el olé en un parroquiano. Los bailaores ingresaban al tablao en el momento oportuno. Momento de clímax azuzado por el percusionista, un madrileño de estatura gigante y manos grandes. Por su parte la bailaora deslumbraba con sus vestidos gitanos que cambiara con cada número. Me encantó el amarillo con lunares negros y su zapateo fino, elegante, sin mucho adorno y sereno. El bailaor anunciaba el movimiento mayor, energía flamenca, zapateo de embrujo. El flamenco es música, es cultura. "Essential Flamenco", los guitarristas, el violinista, el cantaor, los bailaores son dignos representantes de la cultura de sus pueblos. Al finalizar el espectáculo me acerqué a Marina De Pablo para felicitarla y pedirle me permitiera hablar unos minutos con dos de sus integrantes: Victoria Granado, talentosa bailaora malagueña y el virtuoso percusionista madrileño, Luky Losada. Victoria me comentó que había actuado en Venezuela, y Luky manifestó haber conocido al sobrino de Nicomedes Santa Cruz. Orgulloso me contó que el cajón peruano acompaña al flamenco por más de treinta y cinco años. Al salir del establecimiento Marina me entregó unos volantes informativos. Uno de ellos simplemente registraba la palabra: gracias. Di vuelta a la hoja y encontré el siguiente mensaje: "Estimado espectador: Queremos recuperar el flamenco antiguo. El auténtico, el que se cantaba y se bailaba en los sótanos de ladrillos abovedados, a principio del siglo XX. Sin megafonía, sin amplificación. Con los artistas pegados literalmente al público, era el flamenco de verdad". Cuando llegué a Edimburgo me puse a escribir esta nota. Si pasas por Madrid en cualquier época del año "Essential Flamenco" te espera en ese lugar llamado TORERO, en la Calle de la Cruz 26, Madrid 28012. A diez minutos de camino de la Puerta del Sol.
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