Luís Flores Prado |
Por Jorge Aliaga Cacho
Acabo de leer “Exhumaciones”, cuento del escritor Luís Flores Prado, su título nos dirige directamente al drama mismo de la historia allí relatada: la violencia social que vive el Perú. Algunos ‘expertos’ de la literatura de la violencia, para definirla, se centran en los conflictos sociales de las décadas de los ochenta y noventa. Ensayos y Antologías aparecen como para mitigar las ansias de un pueblo que espera la luz de la verdad. Luís Flores Prado empieza su historia describiendo el caminar del prisionero Don Antero por los corredores de una prisión, sus pasos, sus pisadas, se encaminan hacía una visita que viene a visitarlo al penal:
-¿Don Antero Silva no?
En lugar de contestarme puso su manota en mi hombro y me condujo al patio del presidio. Ahí en un rincón de semisombra, extendió una gruesa manta azul, recostándonos en la pared nos sentamos.
Así empieza esta historia. Antero, joven de veintidós años, estudiante de Antropología, viene a la prisión enviado por su padre, Hugo, que es amigo de Don Antero, el prisionero. Veintidós años han pasado y por la seguridad de todos, el padre de Santiago había preferido no ir a visitarlo a prisión. Ahora a través de Santiago, Don Antero se enteraría de la historia de este cuento: la señora Laura había venido al pueblo hace tres meses con sus dos hijos de similar edad a la de Santiago. Estuvo en el pueblo averiguando por el paradero de su esposo que fue acribillado junto con otros cuatro compañeros. Esto había ocurrido antes que naciera Santiago. Hace más de veintidós años. En el pueblo nadie la quería ayudar en sus investigaciones. En esas circunstancias, Don Hugo ordena a su hijo que le diga a la señora que el panteonero del cementerio todavía vivía. De esta manera, Laura tuvo la esperanza de saber lo sucedido a su esposo a través del sepulturero.
- Cuando fuimos a ver al panteonero, estuvo al principio receloso. Luego, otro día a la vera de su chacra nos contó que él les abrió el portón del cementerio a los esbirros. Un capitán bigotudo y gordo ordenaba, los tiraron desde la tolva de la camioneta al piso, estaban dentro de unos costales ennegrecidos de sangre, lo empezaron a arrastrar. Él se fue y trajo su carretilla que le servía para llevar el desyerbo, a veces el cemento o la arena. Él los puso de a dos y en dos carretadas los dejo al final del cementerio, al costado de un paredón viejo, en una hondonadita al pie de una zarza. El capitán de civil le dio una propina para que haga el hueco. En la noche no se veía bien, pero lo hizo grande como para ordenarlos en fila.
El enterrador les cuenta la historia de lo que sucedió con el esposo de la Sra. Laura. Cojo y ya casi ciego, el panteonero, los llevó al lugar donde los habían enterrado. Pero lo hizo por solidaridad, no aceptó la propina que le quisieron alcanzar los familiares afligidos.
Miles de historias similares existen en nuestro continente oprimido. En el Perú donde reinó la muerte con alevosía todavía no existe un serio estudio que conlleve a explicar el porque de estas guerras fratricidas cuyas víctimas todavía esperan reivindicación y justicia.
El cuento de Luís Flores Prado cubre la necesidad de los peruanos por saber la verdad de las cosas. ¿Qué ocurrió? Mejor deberíamos preguntarnos ¿Qué ocurre en nuestro país donde las violaciones a los derechos humanos y las vejaciones a los trabajadores continua? ¿Por qué se asesina como en el caso de Bagua? ¿Por qué se amedrenta a quienes alzan su voz de protesta en vez de oírles y dar curso a la solución de la problemática social? ¿Por qué tanto abuso con un pueblo indefenso que no participó en el diseño de esta nefasta arquitectura social que condena a las grandes mayorías a la explotación y humillación?
Augusto Escobar hablando sobre la violencia en Colombia nos ha dicho que ‘el pueblo no ha podido olvidar lo ocurrido, ya que el tiempo de la muerte no ha dejado avanzar el tiempo de la vida. El espectro de la muerte multiplicado le ha recuperado la memoria’. De acuerdo a Escobar ese es el sentimiento que una mujer del pueblo de La mala hora de García Márquez refleja límpidamente y se lo enrostra al teniente-alcalde que ha traído el terror al pueblo, siguiendo "órdenes superiores":
- ¿Hasta cuándo van a seguir así? –preguntó el alcalde. La mujer habló sin que se le alterara su expresión apacible.
- Hasta que nos resuciten los muertos que nos mataron.
Este era un pueblo decente antes de que vinieran ustedes. No esperó el café.
En mi libro “Terrorism in Peru”, publicado en Escocia en 1995, señalé que la historia del Perú fue bautizada con el signo del terrorismo cometido por los españoles contra la hueste Inca desarmada, que fue masacrada cuando esperaba la coronación de su soberano, la tarde del 15 de noviembre de 1532, en Cajamarca. La historia del terror y la violencia tiene fundada su existencia en las condiciones socio económicas en que mantienen al país sus gobernantes y grupos de poder nacionales y extranjeros. Las clases dominantes dueñas de todo, los oprimidos, apenas, sobreviviendo.
Personajes como José, Iván o Lucas pero sobre todo el primero: una mujer llamada José contra la cual las fuerzas del orden se ensañan dotan al cuento de una exquisita verosimilitud:
‘A Jóse le patearon la cara por agitar al Partido, aún en el suelo le amarraron la cabeza con una chompa colorada, no se dejaba arrastrar por eso rasgaron su blusa con los jalones, pateándonos nos ingresaron a la comisaría, nos metieron a un calabozo negro, ahí empecé a temblar. A José se le había caído la chompa del rostro, y con las dos manos se prendió de la cara del Mayor Zegarra, cuatro policías, golpeándola lo separaron, le dejó tres buenas marcas en el bigotudo rostro. Hubo gritos dentro de la carceleta, botaron en libertad a unos delincuentes, cerraron los dos portones de la entrada. Las voces de mando afuera en la calle indicaban que hacían un perímetro en torno a la comisaría. Por un ventanuco enrejado en la puerta vi como arrumaron los cadáveres de los tres compañeros al pie de la loza deportiva’.
Felicito a Luís Flores Prado por esta entrega estética que nos brinda la oportunidad de recordar que existen miles de peruanos esperando justicia.
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