Por César Lévano (Diario "La Primera" de Lima)
Ha muerto Violeta Valcárcel, la musa y compañera de lucha del poeta Gustavo Valcárcel. Fue ella una de las mujeres que en días de oprobio se lanzaron a la lucha por la justicia y la libertad, y la enlazaron con una pasión de cultura.
Violeta fue aprista desde muy joven, en días en que eso significaba vivir peligrosamente. Casó con Gustavo, el principal exponente del grupo conocido como los Poetas del Pueblo, muy cercanos al Partido Aprista. De esa pléyade formaban parte también Guillermo Carnero Hoke, Luis Carnero Checa, Eduardo Jibaja, Manuel Scorza. En algunos, la poesía era más bien discurso político y proclama dolida.
Gustavo fue el que mejor afinó el instrumento lírico. Gonzalo Rose, poeta cabal, había roto con el APRA cuando los búfalos agredieron a un puertorriqueño que en la Universidad de San Marcos defendía la independencia de Puerto Rico.
Vino luego el cuartelazo de Manuel Odría. El APRA fue lanzada a la clandestinidad. Gustavo y Violeta marcharon al destierro. Primero anclaron en Guatemala, donde gobernaba el coronel Jacobo Árbenz, quien cometió el crimen de emprender una reforma agraria que afectaba a la empresa yanqui United Fruit, “mamita Yunai”. Los gringos lo derrocaron, en 1954. Violeta y Gustavo huyeron a México.
Violeta se involucraba así en el torbellino de América. En la capital azteca atravesó etapas de honda pobreza, de hambre, que inspiraron el poema “Carta a Violeta”, que empieza así: “Te escribo desde tu propio hogar, / Ciudad de México, 19 de noviembre, / enfermo como estoy en nuestra cama vieja”.
Y más adelante:
“Después de tantos meses de silencio
sentí esta mañana el deseo de escribirte
de escribirte una cosa muy sencilla:
para tanto amor, hemos sufrido poco,
para tanto amor, hemos hablado poco,
para tanto amor, no hemos vivido nada”.
Gustavo, Violeta, eran jóvenes. La represión los arrojó del suelo patrio. A otros nos encerró en cárceles, panóptico, isla.
En México, el hogar de los Valcárcel fue asilo para otros peruanos. Luis de la Puente, aprista y profundamente católico; Juan Gonzalo Rose, ardiente marxista, dormían en una misma chaise-longue. Una noche, Rose planteó a los Valcárcel la voz de orden: “Si ya no son apristas, ¿por qué no se hacen comunistas?”.
A veces, otro refugiado, Ernesto Che Guevara, llegaba hasta allí.
En el salón El Caballito, en la Plaza de la Revolución azteca, solían conversar con unos jóvenes cubanos que tramaban una revolución. Fidel Castro los encabezaba.
Diego Rivera, el muralista enorme, pintó un retrato de Violeta. Allí la frágil, bella, imperecedera Violeta, seguirá escuchando a Gustavo:
“Vivir -¿Me oyes?-, vivir un día, un día nuevo
en el que nadie nos persiga
ni nadie nos embargue
ni se nos corte la luz por unos pesos”.
Para tanto amor, la luz persiste.
Ha muerto Violeta Valcárcel, la musa y compañera de lucha del poeta Gustavo Valcárcel. Fue ella una de las mujeres que en días de oprobio se lanzaron a la lucha por la justicia y la libertad, y la enlazaron con una pasión de cultura.
Violeta fue aprista desde muy joven, en días en que eso significaba vivir peligrosamente. Casó con Gustavo, el principal exponente del grupo conocido como los Poetas del Pueblo, muy cercanos al Partido Aprista. De esa pléyade formaban parte también Guillermo Carnero Hoke, Luis Carnero Checa, Eduardo Jibaja, Manuel Scorza. En algunos, la poesía era más bien discurso político y proclama dolida.
Gustavo fue el que mejor afinó el instrumento lírico. Gonzalo Rose, poeta cabal, había roto con el APRA cuando los búfalos agredieron a un puertorriqueño que en la Universidad de San Marcos defendía la independencia de Puerto Rico.
Vino luego el cuartelazo de Manuel Odría. El APRA fue lanzada a la clandestinidad. Gustavo y Violeta marcharon al destierro. Primero anclaron en Guatemala, donde gobernaba el coronel Jacobo Árbenz, quien cometió el crimen de emprender una reforma agraria que afectaba a la empresa yanqui United Fruit, “mamita Yunai”. Los gringos lo derrocaron, en 1954. Violeta y Gustavo huyeron a México.
Violeta se involucraba así en el torbellino de América. En la capital azteca atravesó etapas de honda pobreza, de hambre, que inspiraron el poema “Carta a Violeta”, que empieza así: “Te escribo desde tu propio hogar, / Ciudad de México, 19 de noviembre, / enfermo como estoy en nuestra cama vieja”.
Y más adelante:
“Después de tantos meses de silencio
sentí esta mañana el deseo de escribirte
de escribirte una cosa muy sencilla:
para tanto amor, hemos sufrido poco,
para tanto amor, hemos hablado poco,
para tanto amor, no hemos vivido nada”.
Gustavo, Violeta, eran jóvenes. La represión los arrojó del suelo patrio. A otros nos encerró en cárceles, panóptico, isla.
En México, el hogar de los Valcárcel fue asilo para otros peruanos. Luis de la Puente, aprista y profundamente católico; Juan Gonzalo Rose, ardiente marxista, dormían en una misma chaise-longue. Una noche, Rose planteó a los Valcárcel la voz de orden: “Si ya no son apristas, ¿por qué no se hacen comunistas?”.
A veces, otro refugiado, Ernesto Che Guevara, llegaba hasta allí.
En el salón El Caballito, en la Plaza de la Revolución azteca, solían conversar con unos jóvenes cubanos que tramaban una revolución. Fidel Castro los encabezaba.
Diego Rivera, el muralista enorme, pintó un retrato de Violeta. Allí la frágil, bella, imperecedera Violeta, seguirá escuchando a Gustavo:
“Vivir -¿Me oyes?-, vivir un día, un día nuevo
en el que nadie nos persiga
ni nadie nos embargue
ni se nos corte la luz por unos pesos”.
Para tanto amor, la luz persiste.
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