Sociólogo - Escritor

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"La Casa de la Magdalena" (1977), "Essays of Resistance" (1991), "El destino de Norte América", de José Carlos Mariátegui. En narrativa ha escrito la novela "Secreto de desamor", Rentería Editores, Lima 2007, "Mufida, La angolesa", Altazor Editores, Lima, 2011; "Mujeres malas Mujeres buenas", (2013) vicio perfecto vicio perpetuo, poesía. Algunos ensayos, notas periodísticas y cuentos del autor aparecen en diversos medios virtuales.
Jorge Aliaga es peruano-escocés y vive entre el Perú y Escocia.
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30 de agosto de 2019

El poeta que se metió a la cancha

Revista Sudor

El fútbol no ha sido un tema ausente o huero en la poesía peruana. Si bien limitado a algunas menciones, el poemario La gran jugada. Crónica deportiva que trata de Teófilo Cubillas y el Alianza Lima del recientemente fallecido Arturo Corcuera es el caso más paradigmático. Inclasificable, no tanto por su corte experimental, sino por el tema que lo atraviesa (no el fútbol, sino el amor por él), este libro fue iniciado en 1974 y acabado en 1997 por el vate de la llamada “Generación del 60”, un vehemente hincha que en su juventud no dudaba en lanzarse al gramado por los autógrafos de sus ídolos. Contrario a lo que sentencia el lugar común, el fútbol no es un tema ausente en la poesía peruana. Mucho menos es tratado como un tópico huero, indigno de reflexión y detenimiento. El poeta y académico Eduardo Chirinos lo advirtió y documentó, aunque someramente, en un artículo de su libro Epístola a los transeúntes (Fondo editorial PUCP, 2000). En él menciona, por ejemplo, al vate huancaíno Juan Parra del Riego, quien dedicó afiebrados versos a Isabelino Gradín, delantero afrouruguayo que llevó a la selección charrúa a ganar dos copas América. El dato de su procedencia no es gratuito: el jugador que vistió la camiseta de Peñarol fue vejado en vida por su color de piel. Bajo la tutela estética del modernismo, esta oda, incluida en su libro Polirritmos (1922), ha sido moneda corriente en los libros de texto escolares.
(…)
Y en el ronco oleaje negro que se quiere desbordar,
saltan pechos, vuelan brazos y hasta el fin
todos se hacen los coheteros
de una salva luminosa de sombreros
que se van hasta la luna a gritarle allá: ¡Gradín!, ¡Gradín!, ¡Gradín!

Antonio Cisneros firmó una crónica en la que confiesa altisonantemente haber llegado al mundo, “es decir, al gramado”, con la remera del Sporting Cristal puesta en El arte de envolver pescado (El Caballo Rojo, 1990). Abelardo Sánchez León hizo lo propio, en clave más sociológica que periodística, con un texto titulado “El legendario Alianza Lima” en el libro La balada del gol perdido(Peisa, 1998). El poeta Juan Urcariegui, que comparte el podio de la décima peruana junto a Nicomedes Santa Cruz, destiló su pasión íntima en Alianza, siempre Alianza (2002). Incluso Jorge Eduardo Eielson, imprevisible en estas lides, ubica, en “Sueño de Sancho” incluido en Reinos (Clepsidra, 1973), al mítico escudero del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha como espectador de un encuentro fantástico
(…)
Sancho allí dormido, entre la noche y el día, exhala un largo, violento y rojo ronquido (…) A su estruendo salen los muertos aturdidos, como tras el diluvio lunas y planetas (…) O como a silbato del Juicio final en la cancha de fútbol. Juegan los muertos ante él con arcaica pelota. Sancho ruidoso, a un costado (…) se divierte mientras rueda lamiendo las fuentes doradas de asado (…)
Pero el caso más paradigmático (y valioso) es el poemario La gran jugada. Crónica deportiva que trata de Teófilo Cubillas y el Alianza Lima del recientemente fallecido Arturo Corcuera.
Corcuera, en una visita a la casa de Juan Ramón Jiménez, ubicada en Moguer, con el filósofo Frascisco Silvera. CÉSAR GIL/DIARIO 16

Inclasificable y acaso único, no tanto por su corte experimental, que opera en la correspondencia lúdica entre versos, imágenes y fotografías del club blanquiazul, caligramas, textos con motivos de cómic, versos de otros poetas y variopintas entregas de difícil localización en el género; sino por el tema que lo atraviesa: no el fútbol, sino el amor por él. Además es un libro que se inscribe dentro de la tradición de nuestra poesía social. A propósito, un fragmento de la letra del tema “A la Molina (no voy más)”, intervenida por Corcuera y que acompaña un retrato fotográfico de Lucha Reyes:

La comai Tomasa
y el compai Pascual
tuvieron treinta hijo
Qué barbaridá!
y fueron esclavos
sin su voluntá
por temor que el amo
los fuera azotá

Este es un rasgo presente en toda su obra, a veces de forma más manifiesta, como en El grito del hombre (1957), y en otras de forma sutil, evitando caer en el discurso panfletario, como en Noé delirante (1963), su libro más aclamado.

Tras el rostro de la Mosca-azul el árbitro Mosca-ojos-de-fuego
Mosca alas-de-vidrio Mosca-jeringa
Mosca-huesa Mosca blanquiñosa

Persiste en la plaquette también un ánimo democratizador. Versos casi siempre desprovistos de oscuridad o referencia intelectual, se aseguraron, así como los polirritmos de Del Riego, legiones de lectores en las aulas escolares. Alguna crítica malintencionada acusa en aquello un signo de inferioridad (los versos de Luis Hernández son blanco de ataques similares), como si la apertura de su sensibilidad artística a públicos no iniciados necesariamente en la lectura de poesía constituyera una insuficiencia de talento. Poco antes de morir, Corcuera brindó una entrevista a un medio local por motivo del premio Feria Internacional del Libro, que recibió por su larga trayectoria. En ella el poeta, a modo de sentencia, dijo: “Cuando el niño se acaba, el poeta muere”.
De hincha tribunero, Corcuera pasó, con los años, a convertirse en “un espectador intermitente y televisivo”. CÉSAR GIL/DIARIO 16

Loas hiperbólicas a figuras del cuadro blanquiazul, como la dedicada a César Cueto, el Poeta de la Zurda (“no es solo un enérgico balón tu disparo/es un aerolito/una metáfora ardiendo/comunicándonos tus ardores”), o al guardameta rival Jorge Garagate (golero guadalupano dotado para atrapar una estrella fugaz/una golondrina/o una mariposa”), dan cuenta del ingenio de Corcuera para la construcción de poderosas imágenes poéticas.
Resulta insólito, sin embargo, la celebración del máximo ídolo del clásico oponente al que le otorga alturas mesiánicas y del que lamenta el tramo final de su vida:

Lima tiene también horribles crepúsculos
sus piernas de gigante le impiden caminar
sin el bálsamo siquiera de recordar sus hazañas
Lolo irremediablemente en una silla de ruedas
conducido al Hades en un carro tirado por corceles de poderosas crines
¡Gloria a Lolo en las alturas!
La gran jugada de Corcuera muestra todo su carácter experimental en el uso de caligramas futbolísticos. REVISTA SUDOR

Arturo Corcuera fue un poeta de la llamada generación del 60, a la que también pertenecen Marco Martos, Antonio Cisneros, Mirko Lauer, Rodolfo Hinostroza, César Calvo, entre otros. El hecho histórico que los signa es la revolución cubana. El libro que los reúne y presenta es Los nuevos de Leonidas Cevallos, antología de la entonces nueva poesía peruana.
No obstante, como recuerda el poeta y editor Víctor Ruiz Velasco, un jovensísimo Corcuera fue incluido en Antología general de la poesía peruana, volumen que estuvo a cargo de Sebastián Salazar Bondy y Alejandro Romualdo, publicado en 1957. “Este hecho es importante porque Corcuera se convirtió en el primer escritor del 60 que publicó junto a los poetas del 50”, apunta. “Es decir, de alguna manera fue el pionero de la renovación que supuso la poesía de su generación”.
En sus memorias, Vida cantada, publicadas este año por la editorial La Mula, el vate confiesa que de joven empuñó los guantes de arquero (por única vez) en una cancha de Huaripampa, en Huaraz. Las proezas futbolísticas de sus hermanos mayores lo animaron. Pero la hazaña no fue hazaña alguna: esa tarde murió el jugador y nació el hincha.
Un joven Corcuera acompañado por sus colegas César Calvo y Antonio Cisneros, con quien compartía el gusto por el fútbol. ARCHIVO PERSONAL/LA MULA

“Me ilusionaba ser arquero, algo así como transformarme en tigre, pez y pájaro a la vez, hasta que un día decidí comprarme una camiseta deportiva, rodilleras y chimpunes, los más vistosos y caros. Quería ser guardavalla como mis hermanos Óscar y Carlos (…) La tarde de mi debut, cuando entré a la cancha, lo hice entre ruidosas manifestaciones de la muchachada del barrio, seducida quizás por mi amante vestimenta. Al término del partido salí, en cambio, entre silbatinas, risas y aderezadas burlas de los amigos. Mi desempeño en el arco, como ustedes sospecharán, fue una impecable catástrofe. Ese mismo día de mi debut colgué los chimpunes y di por concluida mi velocísima carrera futbolística”, escribió el poeta.
Convertido en hincha de Alianza Lima, a causa de “las diabluras de los ángeles negros del balompié peruano”, durante años fue un impenitente espectador de la popular sur, en el Estadio Nacional, contagiado por el hinchaje de su hermano Óscar, pintor y compositor, por cierto, de la mítica polca Arriba Alianza, que aún hasta el día de hoy se escucha a través de los parlantes del estadio de Matute.
Al margen de su fracaso como futbolista, Corcuera se preciaba de ser “un correcto aficionado, un hincha de la barra mansa”, aunque algo vehemente. “Era yo de los hinchas ya desaparecidos que, al finalizar el partido, se lanzaba al gramado para pedirles autógrafos a los jugadores”, relata. Por supuesto, al releer cada palabra, la escena se grafica poderosa: sí, un poeta que se metía a la cancha.Con el tiempo se fue alejando de la concurrencia al estadio, convirtiéndose en “un espectador intermitente y televisivo”. Pero aquella juventud ligada a sus héroes de infancia lo llevaron a escribir un libro de poemas con la historia de Alianza Lima. Según consta en la edición de 1997 de La gran jugada, en 1974 se publicó originalmente un fragmento de este libro, año en que el autor empezó a escribirlo.
El 21 de agosto de 2017 será recordado como el adiós al poeta de la Generación del 60. GUILLERMO GUTIÉRREZ/LA MULA
“… aquellos amigos que me pifiaron a la salida de la cancha cuando fungí de arquero, se solazaron con ‘La gran jugada‘, libro que quizás entusiasma a unos y sorprende e irrita a otros, que tiene de oda y elegía, de drama y tragedia, de juego juvenil, de estrofas solares ornamentadas de caligramas, poema en el que se fusionan el lenguaje del Siglo de Oro y el habla popular y deportiva; obra crítica que interpola ecos de otras voces convocadas para cantar a los íntimos de la Victoria; en ella subyace la oralidad negra a lo largo de sus páginas, evoca los años de la esclavitud y reflexiona con tono manriquiano sobre la fugacidad de la fama y lo efímero de la vida; libro lúdico que constituye —en suma— un canto a la libertad y a la vida misma (“¡la pelota zumba y vuela!”), y que es en el fondo un recobrado álbum de mis recuerdos futbolísticos que perdí. Ninguna gloria queda brillando sobre la hierba”. Todavía pueden encontrarse ejemplares de La gran jugada en la librería Sur de Miraflores. Según indica la última página del poemario, se terminó de imprimir el domingo 9 de noviembre de 1997, fecha en que campeonó Alianza Lima después de 18 largos años sin lograr el título nacional.
Fuente:revistasudor.com

Cien años de soledad

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Gabriel García Márquez
Audiolibro

En la última década del siglo XIX, Rubén Darío dio a Hispanoamérica la independencia literaria al inaugurar la primera corriente poética autóctona, el Modernismo. Mediado el siglo XX, correspondió al colombiano Gabriel García Márquez situar la narrativa hispanoamericana en la primera línea de la literatura mundial con la publicación de Cien años de soledad (1967). Obra cumbre del llamado realismo mágico, la mítica fundación de Macondo por los Buendía y el devenir de la aldea y de la estirpe de los fundadores hasta su extinción constituye el núcleo de un relato maravillosamente mágico y poético, tanto por su desbordada fantasía como por el subyugante estilo de su autor, dotado como pocos de un prodigioso "don de contar".


Gabriel García Márquez

El mundo de Macondo, parábola y reflejo de la tortuosa historia de la América hispana, había sido esbozado previamente en una serie de novelas y colecciones de cuentos; después de Cien años de soledad, nuevas obras maestras jalonaron su trayectoria, reconocida con la concesión del Nobel de Literatura en 1982: basta recordar títulos como El otoño del patriarca (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981) o El amor en los tiempos del cólera (1985).
Como máximo representante del Boom de la literatura hispanoamericana de los años 60, García Márquez contribuyó decisivamente a la merecida proyección que finalmente alcanzó la narrativa del continente: el fenómeno editorial del Boom supuso, en efecto, el descubrimiento internacional de numerosos novelistas de altísimo nivel apenas conocidos fuera de sus respectivos países.
La infancia mítica
Gabriel García Márquez nació en Aracataca (Magdalena) el 6 de marzo de 1927. Creció como niño único entre sus abuelos maternos y sus tías, pues sus padres, el telegrafista Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez, se fueron a vivir, cuando el pequeño Gabriel contaba sólo cinco años, a la población de Sucre, en la que don Gabriel Eligio abrió una farmacia y Luisa Santiaga daría a luz a la mayoría de los once hijos del matrimonio.
Los abuelos de García Márquez eran dos personajes bien particulares y marcaron el periplo literario del futuro Nobel: el coronel Nicolás Márquez, veterano de la guerra de los Mil Días (1899-1902), le contaba a Gabriel infinidad de historias de su juventud y de las guerras civiles del siglo XIX, lo llevaba al circo y al cine, y fue su cordón umbilical con la historia y con la realidad. Doña Tranquilina Iguarán, su cegatona abuela, pasaba los días contando fábulas y leyendas familiares, mientras organizaba la vida de los miembros de la casa de acuerdo con los mensajes que recibía en sueños: ella fue la fuente de la visión mágica, supersticiosa y sobrenatural de la realidad. Entre sus tías, la que más lo marcó fue Francisca, quien tejió su propio sudario para dar fin a su vida.
Gabriel García Márquez aprendió a escribir a los cinco años, en el colegio Montessori de Aracataca, con la joven y bella profesora Rosa Elena Fergusson, de quien se enamoró: fue la primera mujer que lo perturbó. Cada vez que se le acercaba le daban ganas de besarla, y sólo por el hecho de verla iba con gusto a la escuela. Rosa Elena le inculcó la puntualidad y el hábito de escribir directamente en las cuartillas, sin borrador.


García Márquez (centro) con parte de sus hermanos (Aracataca, 1935)
En ese colegio permaneció hasta 1936, cuando murió el abuelo y tuvo que irse a vivir con sus padres al sabanero y fluvial puerto de Sucre. De allí pasó interno al Colegio San José de Barranquilla, donde a la edad de diez años ya escribía versos humorísticos. En 1940, gracias a una beca, ingresó en el internado del Liceo Nacional de Zipaquirá, una experiencia realmente traumática: el frío del internado de la Ciudad de la Sal lo ponía melancólico y triste. Embutido siempre en un enorme saco de lana, nunca sacaba las manos por fuera de sus mangas, pues le tenía pánico al frío.
Durante los seis cursos que pasó en el Liceo de Zipaquirá, hubo de recorrer al menos dos veces al año, en barco de vapor, el río Magdalena, principal arteria fluvial del país; esta experiencia, acaso la última remarcable, y sobre todo aquella asombrada primera infancia en Aracataca hasta los nueve años, con el incontenible aluvión de historias y leyendas oídas de sus abuelos y sus tías, configuran el substrato mítico del que García Márquez partiría para la composición de Cien años de soledad y la mayor parte de su obras.
En Zipaquirá tuvo como profesor de literatura, entre 1944 y 1946, a Carlos Julio Calderón Hermida, a quien en 1955, cuando publicó La hojarasca, le obsequió con la siguiente dedicatoria: "A mi profesor Carlos Julio Calderón Hermida, a quien se le metió en la cabeza esa vaina de que yo escribiera". Ocho meses antes de la entrega del Nobel, en la columna que publicaba en quince periódicos de todo el mundo, García Márquez declaró que Calderón Hermida era "el profesor ideal de Literatura".
En los años de estudiante en Zipaquirá, Gabriel García Márquez se dedicaba a pintar gatos, burros y rosas, y a hacer caricaturas del rector y demás compañeros de curso. En 1945 escribió unos sonetos y poemas octosílabos inspirados en una novia que tenía: son uno de los pocos intentos del escritor por versificar. En 1946 terminó sus estudios secundarios con magníficas calificaciones.
Estudiante de leyes
En 1947, presionado por sus padres, se trasladó a Bogotá para estudiar derecho en la Universidad Nacional, donde tuvo como profesor a Alfonso López Michelsen y se hizo amigo de Camilo Torres Restrepo. La capital del país fue para García Márquez la ciudad del mundo (y las conoció casi todas) que más lo impresionó, pues era una ciudad gris, fría, donde todo el mundo se vestía con ropa muy abrigada y negra. Al igual que en Zipaquirá, García Márquez se llegó a sentir como un extraño, en un país distinto al suyo: Bogotá era entonces "una ciudad colonial, (...) de gentes introvertidas y silenciosas, todo lo contrario al Caribe, en donde la gente sentía la presencia de otros seres fenomenales aunque éstos no estuvieran allí".
Los estudios de leyes no eran propiamente su pasión, pero logró consolidar su vocación de escritor. El 13 de septiembre de 1947 publicó su primer cuento, La tercera resignación, en el número 80 del suplemento Fin de Semana del rotativo El Espectador, dirigido por Eduardo Zalamea Borda. Zalamea, que firmaba sus columnas con el pseudónimo de Ulises, escribió en la presentación del relato que García Márquez era el nuevo genio de la literatura colombiana; las ilustraciones del texto estuvieron a cargo de Hernán Merino. A las pocas semanas apareció un segundo cuento: Eva está dentro de un gato.
El 9 de abril de 1948 fue asesinado el líder de la oposición, Jorge Eliecer Gaitán; los violentos desórdenes que ese mismo día asolaron la capital (en una jornada de revuelta conocida como el "Bogotazo") fueron la causa de que la Universidad Nacional cerrara indefinidamente sus puertas. García Márquez perdió muchos libros y manuscritos en el incendio de la pensión donde vivía y se vio obligado a pedir traslado a la Universidad de Cartagena, donde siguió siendo un alumno irregular. Nunca se graduó, pero inició una de sus principales actividades periodísticas: la de columnista. Manuel Zapata Olivella le consiguió una columna diaria en el recién fundado periódico El Universal.
El Grupo de Barranquilla
A principios de los años cuarenta comenzó a gestarse en Barranquilla una especie de asociación de amigos de la literatura que se llamó el Grupo de Barranquilla; su cabeza rectora era don Ramón Vinyes. El "sabio catalán", dueño de una librería en la que se vendía lo mejor de la literatura española, italiana, francesa e inglesa, orientaba al grupo en las lecturas, analizaba autores, desmontaba obras y las volvía a armar, lo que permitía descubrir los trucos de que se servían los novelistas. La otra cabeza era José Félix Fuenmayor, que proponía los temas y enseñaba a los jóvenes escritores en ciernes (Álvaro Cepeda Samudio, Alfonso Fuenmayor y Germán Vargas, entre otros) la manera de no caer en lo folclórico.
Gabriel García Márquez se vinculó a ese grupo. Al principio viajaba desde Cartagena a Barranquilla cada vez que podía. Luego, gracias a una neumonía que le obligó a recluirse en Sucre, cambió su trabajo en El Universal por una columna diaria en El Heraldo de Barranquilla, que apareció a partir de enero de 1950 bajo el encabezado de "La jirafa" y firmada por "Septimus".
En el periódico barranquillero trabajaban también Cepeda Samudio, Vargas y Fuenmayor. García Márquez escribía, leía y discutía todos los días con los tres redactores; el inseparable cuarteto se reunía a diario en la librería del "sabio catalán" o se iba a los cafés a beber cerveza y ron hasta altas horas de la madrugada. Polemizaban a grito herido sobre literatura, o sobre sus propios trabajos, que los cuatro leían. Hacían la disección de las obras de Daniel Defoe, John Dos Passos, Albert Camus, Virginia Woolfy William Faulkner, escritor este último de gran influencia en la literatura de ficción de América Latina y muy especialmente en la de García Márquez; en el famoso discurso "La soledad de América Latina", que pronunció con motivo de la entrega del premio Nobel en 1982, el colombiano señaló que William Faulkner había sido su maestro. Sin embargo, García Márquez nunca fue un crítico, ni un teórico literario, actividades que, además, no fueron de su predilección: siempre prefirió contar historias.


Álvaro Cepeda Samudio y García Márquez
En la época del Grupo de Barranquilla, García Márquez leyó a los grandes escritores rusos, ingleses y norteamericanos, y perfeccionó su estilo directo de periodista, pero también, en compañía de sus tres inseparables amigos, analizó con cuidado el nuevo periodismo norteamericano. La vida de esos años fue de completo desenfreno y locura. Fueron los tiempos de La Cueva, un bar que pertenecía al dentista Eduardo Vila Fuenmayor y que se convirtió en el sitio mitológico en el que se reunían los miembros del Grupo de Barranquilla a hacer locuras: todo era posible allí, hasta las trompadas entre ellos mismos.
También fue la época en que vivía en pensiones de mala muerte, como El Rascacielos, un edificio de cuatro pisos ubicado en la calle del Crimen que alojaba también un prostíbulo. Muchas veces no tenía el peso con cincuenta para pasar la noche; entonces le daba al encargado sus mamotretos (los borradores de La hojarasca) y le decía: "Quédate con estos mamotretos, que valen más que la vida mía. Por la mañana te traigo plata y me los devuelves".
Los miembros del Grupo de Barranquilla fundaron un periódico de vida muy fugaz, Crónica, que según ellos sirvió para dar rienda suelta a sus inquietudes intelectuales. El director era Alfonso Fuenmayor, el jefe de redacción Gabriel García Márquez, el ilustrador Alejandro Obregón, y sus colaboradores fueron, entre otros, Julio Mario Santo Domingo, Meira del Mar, Benjamín Sarta, Juan B. Fernández y Gonzalo González.
Periodismo y literatura
A principios de 1950, cuando ya tenía muy adelantada su primera novela, titulada entonces La casa, acompañó a doña Luisa Santiaga al pequeño, caliente y polvoriento Aracataca, con el fin de vender la vieja casa en donde se había criado. Comprendió entonces que estaba escribiendo una novela falsa, pues su pueblo no era siquiera una sombra de lo que había conocido en su niñez; a la obra en curso le cambió el título por La hojarasca, y el pueblo ya no fue Aracataca, sino Macondo, en honor a los corpulentos árboles de la familia de las bombáceas, comunes en la región y semejantes a las ceibas, que alcanzan una altura de entre treinta y cuarenta metros.


En la redacción de Prensa Latina (Bogotá, 1959)
En febrero de 1954 García Márquez se integró en la redacción de El Espectador, donde inicialmente se convirtió en el primer columnista de cine del periodismo colombiano, y luego en brillante cronista y reportero. El año siguiente apareció en Bogotá el primer número de la revista Mito, bajo la dirección de Jorge Gaitán Durán.
La publicación duró sólo siete años, pero fueron suficientes, por la profunda influencia que ejerció en la vida cultural colombiana, para considerar que Mito señala el momento de la aparición de la modernidad en la historia intelectual del país, pues jugó un papel definitivo en la sociedad y en la cultura colombianas: desde un principio se ubicó en la contemporaneidad y en la cultura crítica. Gabriel García Márquez publicaría tres trabajos en la revista: un capítulo de La hojarasca, el Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo (1955) y la novela breve El coronel no tiene quien le escriba (1958). En realidad, el escritor siempre ha considerado que Mito fue trascendental; en alguna ocasión dijo a Pedro Gómez Valderrama: "En Mito comenzaron las cosas".
En ese año de 1955, García Márquez ganó el primer premio en el concurso de la Asociación de Escritores y Artistas; publicó La hojarasca y un extenso reportaje por entregas, Relato de un náufrago, el cual fue censurado por el régimen del general Gustavo Rojas Pinilla. La dirección de El Espectador decidió que Gabriel García Márquez saliera del país rumbo a Ginebra, para cubrir la conferencia de los Cuatro Grandes, y luego a Roma, donde aparentemente el papa Pío XII agonizaba. En la capital italiana asistió, por unas semanas, al Centro Sperimentale di Cinema.
Rondando por el mundo
Tres años estuvo ausente de Colombia. Vivió una larga temporada en París, y recorrió Polonia y Hungría, la República Democrática Alemana, Checoslovaquia y la Unión Soviética. Continuó como corresponsal de El Espectador, aunque en precarias condiciones, pues si bien escribió dos novelas, El coronel no tiene quien le escriba y La mala hora, vivía pobre a morir, esperando el giro mensual que El Espectador debía enviarle pero que se demoraba debido a las dificultades del diario con el régimen de Rojas Pinilla. Esta situación se refleja en El coronel, donde se relata la desesperanza de un viejo oficial de la guerra de los Mil Días aguardando la carta que había de anunciarle la pensión de retiro a que tiene derecho. Cuando El Espectador fue clausurado por la dictadura, fue corresponsal de El Independiente, y colaboró también con la revista venezolana Élite y la colombianísima Cromos.
La estancia en Europa permitió a García Márquez ver América Latina desde otra perspectiva. Le señaló las diferencias entre los distintos países latinoamericanos, y tomó además mucho material para escribir cuentos acerca de los latinos que vivían en la Ciudad de la Luz. Aprendió a desconfiar de los intelectuales franceses, de sus abstracciones y esquemáticos juegos mentales, y se dio cuenta de que Europa era un continente viejo, en decadencia, mientras que América, y en especial Latinoamérica, era lo nuevo, la renovación, lo vivo.
A finales de 1957 fue vinculado a la revista Momento y viajó a Venezuela, donde pudo ser testigo de los últimos momentos de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez. En marzo de 1958 contrajo matrimonio en Barranquilla con Mercedes Barcha, unión de la que nacerían dos hijos: Rodrigo (1959), bautizado en la Clínica Palermo de Bogotá por Camilo Torres Restrepo, y Gonzalo (1962). Al poco tiempo de su matrimonio, de regreso a Venezuela, tuvo que dejar su cargo en Momento y asumir un extenuante trabajo en Venezuela Gráfica, sin dejar de colaborar ocasionalmente en Élite.


Con Mercedes Barcha y sus hijos
Pese a tener poco tiempo para escribir, su cuento Un día después del sábado fue premiado. En 1959 fue nombrado director de la recién creada agencia de noticias cubana Prensa Latina. En 1960 vivió seis meses en Cuba y al año siguiente fue trasladado a Nueva York, pero tuvo grandes problemas con los exiliados cubanos y finalmente renunció. Después de recorrer el sur de Estados Unidos se fue a vivir a México. No sobra decir que, luego de esa estadía en Estados Unidos, el gobierno norteamericano le denegó el visado de entrada porque, según las autoridades, García Márquez estaba afiliado al partido comunista. Sólo en 1971, cuando la Universidad de Columbia le otorgó el título de doctor honoris causa, recibiría el autor un visado, aunque condicionado.
Recién llegado a México, donde García Márquez residiría muchos años de su vida, se dedicó a escribir guiones de cine y durante dos años (1961-1963) trabajó en las revistas La Familia y Sucesos, de las cuales fue director. De sus intentos cinematográficos el más exitoso fue El gallo de oro (1963), basado en el cuento homónimo escrito por Juan Rulfo, que García Márquez adaptó con el también escritor Carlos Fuentes. El año anterior había obtenido el premio Esso de Novela Colombiana con La mala hora (1962).
La consagración
Un día de 1966 en que se dirigía desde Ciudad de México al balneario de Acapulco, Gabriel García Márquez tuvo la repentina visión de la novela que había venido rumiando durante diecisiete años. Consideró que ya la tenía madura, se sentó a la máquina de escribir y trabajó ocho y más horas diarias durante dieciocho meses seguidos, mientras su esposa se ocupaba del sostenimiento de la casa.
En 1967 apareció Cien años de soledad, novela cuyo universo es una sucesión de historias fantásticas perfectamente hilvanadas en un tiempo cíclico y mítico: pestes de insomnio, diluvios, fertilidad desmedida, levitaciones... Es una gran metáfora en la que, a la vez que se narra la historia de las generaciones de los Buendía en el mundo mágico de Macondo, desde la fundación del pueblo hasta la completa extinción de la estirpe, se refleja de manera hiperbólica e insuperable la historia colombiana desde los tiempos de la independencia hasta los años treinta del siglo XX.
Cien años de soledad mereció este juicio del gran poeta chileno Pablo Neruda: "Es la mejor novela que se ha escrito en castellano después del Quijote". Con tan calificado concepto se ha dicho todo: la novela no sólo permitía equiparar a su autor con Miguel de Cervantes, sino que constituyó un hito en la historia literaria de Latinoamérica al ser señalada como una de las mejores realizaciones narrativas desde los tiempos de Don Quijote de la Mancha. El éxito entre el público acompañó esta valoración: figura entre los libros que más traducciones tiene (cuarenta idiomas por lo menos) y que mayores ventas ha logrado, alcanzando las cifras de un verdadero best seller mundial.


Gabo en los tiempos de Cien años (Barcelona, 1969)
El éxito de Cien años de soledad situó a García Márquez en la primera línea del Boom de la literatura hispanoamericana y supuso el espaldarazo definitivo para aquel fenómeno editorial que, desde principios de los 60, estaba dando a conocer al mundo la obra de los nuevos y no tan nuevos narradores del continente: los argentinos Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato y Julio Cortázar, el peruano Mario Vargas Llosa, los uruguayos Juan Carlos Onetti y Mario Benedetti, el chileno José Donoso, el paraguayo Augusto Roa Bastos, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, los cubanos Alejo Carpentier y José Lezama Lima y los mexicanos Juan Rulfo y Carlos Fuentes, entre otras figuras. Tras el aplauso unánime del público y de la crítica, García Márquez se estableció en Barcelona y pasó temporadas en Bogotá, México, Cartagena y La Habana.
Durante las siguientes décadas escribiría cinco novelas más y se publicarían tres volúmenes de cuentos y dos relatos, así como importantes recopilaciones de su producción periodística y narrativa. De los quince años que mediaron hasta la concesión del Nobel cabe destacar la colección de cuentos La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1973), la novela "de dictador" El otoño del patriarca (1975), tema recurrente en la tradición hispanoamericana, y un nuevo prodigio de perfección constructiva y narrativa basado en un suceso real y alejado del realismo mágico: la Crónica de una muerte anunciada (1981), considerada por muchos su segunda obra maestra.
Varios elementos marcan ese periplo: se profesionalizó como escritor literario, y sólo después de casi veintitrés años reanudó sus colaboraciones en El Espectador. En 1985 cambió la máquina de escribir por el computador. Su esposa Mercedes Barcha siempre colocaba un ramo de rosas amarillas en su mesa de trabajo, flores que García Márquez consideraba de buena suerte. Un vigilante autorretrato de Alejandro Obregón, que el pintor le regaló, presidía su estudio; en una noche de locos, el artista lo había atravesado con cinco tiros del calibre 38 para zanjar una disputa entre sus hijos sobre quién lo heredaría. Finalmente, dos de sus compañeros periodísticos, Álvaro Cepeda Samudio y Germán Vargas Cantillo, murieron, cumpliendo cierta prefiguración escrita en Cien años de soledad.
Premio Nobel de Literatura
En la madrugada del 21 de octubre de 1982, García Márquez recibió una noticia que hacía ya tiempo que esperaba por esas fechas: la Academia Sueca acababa de otorgarle el ansiado premio Nobel de Literatura. Se hallaba entonces exiliado en México, pues el 26 de marzo de 1981 se había visto obligado a salir de Colombia para eludir su captura; el ejército colombiano quería detenerlo por una supuesta vinculación con el movimiento M-19 y porque durante cinco años había mantenido la revista Alternativa, de corte socialista.
La concesión del Nobel fue todo un acontecimiento cultural en Colombia y en Latinoamérica. El escritor Juan Rulfo opinó: "Por primera vez después de muchos años se ha dado un premio de literatura justo". La ceremonia de entrega del Nobel se celebró en Estocolmo los días 8, 9 y 10 de diciembre; según se supo después, disputó el galardón con el novelista británico Graham Greene y el alemán Günter Grass.


En la entrega del Nobel (1982)
Dos actos confirmaron el profundo sentimiento latinoamericano de García Márquez. A la entrega del premio fue vestido con un clásico e impecable liquilique de lino blanco, por ser el traje que usó su abuelo y que usaban los coroneles de las guerras civiles, y que seguía siendo de etiqueta en el Caribe continental. Y con el discurso "La soledad de América Latina" (leído el miércoles 8 de diciembre de 1982 ante la Academia Sueca en pleno y cuatrocientos invitados y traducido simultáneamente a ocho idiomas), intentó romper los moldes o frases gastadas con que tradicionalmente Europa se ha referido a Latinoamérica, y denunció la falta de atención de las superpotencias hacia el continente.
El flamante Nobel dio a entender cómo los europeos se han equivocado en su posición frente a las Américas, quedándose tan sólo con la carga de maravilla y magia que se ha asociado siempre a esta parte del mundo, y sugirió cambiar ese punto de vista mediante la creación de una nueva y gran utopía, la vida, que es a su vez la respuesta de Latinoamérica a su propia trayectoria de muerte. El discurso es una pieza literaria de elevado estilo y de hondo contenido americanista, una hermosa manifestación de su personalidad nacionalista, de su fe en los destinos del continente y de sus pueblos. Confirmó asimismo su compromiso con Latinoamérica, convencido desde siempre de que el subdesarrollo afecta a todos los elementos de la vida latinoamericana; los escritores de esta parte del mundo deben, por consiguiente, estar comprometidos con la realidad social total.
Con motivo de la entrega del Nobel, el gobierno colombiano, presidido por Belisario Betancur, programó una vistosa presentación folclórica en Estocolmo. Presentó además una emisión de sellos con la efigie de García Márquez dibujada por el pintor Juan Antonio Roda, con diseño de Dickens Castro y texto de Guillermo Angulo, a propósito de la cual el escritor colombiano expresó: "El sueño de mi vida es que esta estampilla sólo lleve cartas de amor".
Últimos años
Desde que se conoció la noticia de la obtención del premio, el asedio de periodistas y medios de comunicación fue permanente y los compromisos se multiplicaron. Finalmente, en marzo de 1983, Gabo regresó a Colombia. En Cartagena lo esperaba su madre, doña Luisa Santiaga Márquez de García, en su casa del Callejón de Santa Clara, en el tradicional barrio de Manga, con un suculento sancocho de tres carnes (salada, cerdo y gallina) y abundante dulce de guayaba.


Gabriel García Márquez
Después del Nobel, García Márquez se ratificó como figura rectora de la cultura nacional, latinoamericana y mundial. Sus conceptos sobre diferentes temas ejercieron fuerte influencia. Durante el gobierno de César Gaviria (1990-1994), junto con otros sabios como Manuel Elkin Patarroyo, Rodolfo Llinás y el historiador Marco Palacios, formó parte de la comisión encargada de diseñar una estrategia nacional para la ciencia, la investigación y la cultura. Pero acaso una de sus más valientes actitudes fue el apoyo permanente a la revolución cubana y a Fidel Castro, la defensa del régimen socialista impuesto en la isla y su rechazo al bloqueo norteamericano, que sirvió para que otros países apoyasen de alguna manera a Cuba y evitó mayores intervenciones de los estadounidenses.
En el terreno literario, apenas tres años después del Nobel publicó otra de sus mejores novelas, El amor en los tiempos del cólera (1985), extraordinaria y dilatadísima historia de amor que tuvo una tirada inicial de 750.000 ejemplares. Deben destacarse asimismo la novela histórica El general en su laberinto (1989), sobre el libertador Simón Bolívar, los relatos breves reunidos en Doce cuentos peregrinos (1992) y la novela-reportaje Noticia de un secuestro (1996), que examina una serie de secuestros ordenados por el narcotraficante colombiano Pablo Escobar.
Tras algunos años de silencio, en 2002 García Márquez presentó la primera parte de sus memorias, Vivir para contarla, en la que repasa los primeros treinta años de su vida. La publicación de esta obra supuso un magno acontecimiento editorial, con el lanzamiento simultáneo de la primera edición (un millón de ejemplares) en todos los países hispanohablantes. En 2004 vio la luz la que iba a ser su última novela, Memorias de mis putas tristes; en 2007 recibió sentidos y multitudinarios homenajes por triple motivo: sus 80 años, el cuadragésimo aniversario de la publicación de Cien años de soledad y el vigésimo quinto de la concesión del Nobel. Falleció el 17 de abril de 2014 en Ciudad de México, tras de una recaída en el cáncer linfático por el que ya había sido tratado en 1999.
Fuente:https://www.biografiasyvidas.com/reportaje/garcia_marquez/

29 de agosto de 2019

Independence of Scotland: a new referendum is approaching

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Nicola Sturgeon, lideresa del Partido Nacional Escocés


Independencia de Escocia: se acerca un nuevo referéndum

El fantasma de William Wallace recorre Escocia

Jorge Aliaga Cacho en Edimburgo, Escocia
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Por Jorge Aliaga Cacho

El primer ministro británico Boris Jhonson decidió pedir a la reina Isabel I del Reino Unido, la suspensión del Parlamento británico. Su pedido ha sido aprobado por la reina. Este hecho indudablemente disminuirá considerablemente el número de días que se le otorgue al debate parlamentario sobre la forma de la salida de la Unión Europea. Cabe señalar que esta suspensión del Parlamento del Reino Unido es la más larga desde 1945. Comentaristas afirman que este cierre del Parlamento servirá para bloquear las negociaciones en marcha. Luego del cierre, los parlamentaristas, (members of the House of Commoons), tendrán solamente 3 días para acordar la salida de la U.E. El líder del Partido Laborista Jeremy Corbyn ha dicho que lo que se ha hecho, con esto, es golpear a la democracia. Mientras tanto Ruth Davison, líderesa del Partido Conservador, en Escocia, ha anunciado su dimisión. La suspensión del Parlamento traerá cola y, en mi opinión, empollará una tormenta que podría animar el animo independentista del pueblo escocés. Siempre he manifestado que la independencia de  Escocia se acerca día a día. Escocia es un país que votó a favor de permanecer en la Comunidad Europea, sin embargo los políticos británicos negocian la salida. Es muy posible que muy pronto en Edimburgo se anuncie un nuevo referendo por la independencia de Escocia. Por el momento solo le queda a Jeremy Corbyn, líder laborista, decidir si presentará una moción de censura en la Cámara de los Comunes. El mapa de esta nota nos puede dar una idea del mapa político. Si el Reino Unido acuerda salir de la Unión Europea sin acuerdo, entonces los escoceses podrían acordar solicitar membresía de la Unión Europea, cambiando de esta manera el mapa político de Europa. El fantasma de William Wallace, "Corazón Valiente", recorre Escocia.