Sociólogo - Escritor

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"La Casa de la Magdalena" (1977), "Essays of Resistance" (1991), "El destino de Norte América", de José Carlos Mariátegui. En narrativa ha escrito la novela "Secreto de desamor", Rentería Editores, Lima 2007, "Mufida, La angolesa", Altazor Editores, Lima, 2011; "Mujeres malas Mujeres buenas", (2013) vicio perfecto vicio perpetuo, poesía. Algunos ensayos, notas periodísticas y cuentos del autor aparecen en diversos medios virtuales.
Jorge Aliaga es peruano-escocés y vive entre el Perú y Escocia.
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17 de noviembre de 2017

Francisco Romano Pérez

Jorge Aliaga Cacho recibe la obra de Francisco Romano Pérez



Por Jorge Aliaga Cacho

Corría un día de noviembre de este año cuando la escritora Gladys Tapia me dice, en Jujuy, que previa a una presentación que debía hacer en el Profesorado de Libertador General San Martín, en Ledesma, deberíamos ir a visitar a un poeta amigo que vivía en aquel lugar donde se encuentra uno de los ingenios azucareros más grandes del continente. Partimos. El sol, decían, era insoportable. Les dije que había esperado más calor, Miguel Angel Sala que conducía el vehículo me respondió: 'pero che no ves que está encendido el aire acondicionado', me hizo sentir ridículo. Bueno, en medio del frescor del auto, viajamos hasta Ledesma tomando el tiempo pues a las 5.00 en punto, porque en punto tenía que ser, nos esperaba el poeta tucumano Francisco Romano Pérez. Luego comprendería que Francisco esperaba siempre a sus amigos a la hora del té a la usanza británica que desde comienzos del siglo XIX viene practicando la misma en las esferas monárquicas que con el tiempo ha tomado también cuerpo en las clases medias y hasta trabajadoras que desean un respiro a eso de las 5.00 de la tarde con un 'afternoon tea'.  Una merienda que, como entremés, se sirve entre el almuerzo y la comida. Gladys revisó su reloj al llegar a la puerta de la casa del poeta tucumano. Definitivamente habíamos llegado unos minutos antes.  Francisco abrió la puerta y nos hizo pasar. Dejó que observemos sus obras de arte, aprendimos que Romano también era pintor. Luego nos invitó a sentar a la mesa para conversar y leer poesía, pero de té nada hasta que no llegará la quinta de la tarde. Dueño de una poesía fina, Romano nos deleitó con sus versos y me atreví a leer uno de sus poemas. Sus ojos brillaban pero no sabría decir si era por contento, tristeza, o una combinación de ambos. Llegó las 5.00 pm y presto se retiró a la cocina para salir después con pequeñas fuentes de galletas a la usanza de Ana, la Duquesa de Bedford, que solía degustar del té todos los días a la misma hora.
La loza presumiblemente inglesa y el té, en sí, nos decía que Romano era un entendido en la materia. Al comienzo de poco hablar, Romano investigaba con sus ojos que me parecieron claros. Él había entregado su vida al trabajo del ingenio en Ledesma.  Su naturaleza parecía cargada de aquella experiencia de la cual no hablaba pero que era inevitable presentir. En un momento se levanta y dirige a una de las piezas contiguas. Sale cargado de libros y se sienta nuevamente a la mesa para escribir dedicatorias. Tomó un libro de bello formato y contrastes marrones "Mínimo cuenco", me lo dedicó y lo puso sobre la mesa. Se lo agradecí pero cual sería mi sorpresa al ver que no terminaba de dedicarme libros, llegaron a cinco los libros que me dedicara. Una dedicatoria decía: 'Jorge, gracias por su visita', me pareció original y me gustó. Pero más me gustó la que escribiera en su libro "Signos en Tránsito" que decía: 'Estos "Signos en transito" son para el amigo Jorge Aliaga Cacho con la alegría del encuentro', por aquella dedicatoria descubrí que los ojos le habían brillado anteriormente de contento y no de pena. Repetimos la taza de té y Miguel Angel Sala me ganaba en comer las galletitas.  Gladys, buena amiga de Romano, le azuzaba la memoria con preguntas de tiempos idos en Ledesma.
Ahora  me encuentro en Lima, acarició los volúmenes como acariciando el recuerdo. Leo las dedicatorias y la ordenada caligrafía de un eximio poeta, pues leer a Francisco Romano para mí ha sido un excepcional deleite: 'el amante dice/boca/piel/borde/plenitud/consumación/ dice/grieta ceniza vuelo/ adiós/dice'. (De "Mínimo cuenco", ediciones Vinciguerra, Buenos Aires, 2005). En su libro "Ángel de la espera', Romano eleva  la espera a una categoría subliminal, una ascendencia hacía el sacrificio pero que registra un mensaje dialéctico de separación de contrarios pero para regresar, posiblemente, en un nuevo día.  Los versos de Romano son de corto aliento y de profunda poesía, como debe de ser lo bueno en su esencia. 'Aún estoy aquí//buscándome/con mi cuerpo empapado/de ausencias/y con esta piel/  que no me deja/'. Francisco Romano nos entrega versos en prosa en su libro "Palabra desierta", Alción Editora, Córdoba 2011. La dedicación del libro dice: 'A Jorge, mi palabra desierta. Mi afecto, siempre. En Ledesma, Primavera 2017'. Al revisar los textos puedo afirmar categóricamente que Francisco Romano Pérez nos entrega en este libro los más fecundos versos regados por sus propias lágrimas: 'Yo que descendí hasta el hueco abrasado de la piedra, buscando descifrar el mensaje persistente de la ausencia, he logrado regresar, solamente, con el peso de la errancia, multiplicada en la humedad de las pupilas'. El maestro Francisco Romano nos cuenta historias de gatos que fueron gatos. Nos habla de una puerta que convirtió en obra de arte. Nos invita a regresar a Ledesma. Y yo, hoy en Lima, que advierto sus libros en ruma bendita sobre mi mesa, me pregunto cómo será posible regresar a un lugar del cual uno parece nunca haber salido. Muchas gracias por el té, apreciado Francisco, maestro, amigo.

1 comentario:

Francisco dijo...

Muchas gracias estimado Jorge Aliaga Cacho, por sus palabras, que recién descubro. Siempre estaré esperando su regreso, siempre habrá un five'o clock tea.

Fuerte abrazo a donde se encuentre, desde Ledesma, la tierra más dulce.


Francisco Romano Pérez